viernes, 28 de enero de 2011

Siempre tan lejos




(Artículo publicado en El Telégrafo el 28 de enero del 2011)
Es una constante. Negocian, ya sea en Camp David o en Annapolis o en Génova, posan para la foto junto a un mediador y todo acuerdo fracasa; siempre tan cerca, siempre tan lejos. Las excusas con una fórmula reiterativa: si no hubiera sido asesinado Itzak Rabin, si no estuviera Yasser Arafat, si todavía estuviera Yasser Arafat, si Ehud Olmert hubiera tenido el tiempo necesario. El conflicto árabe-israelí parece, hasta cierto punto, una tomadura de pelo. ¿Qué se está esperando para que se resuelva? ¿La desintegración de Palestina? ¿La desintegración de Israel? ¿Un fallo de las Naciones Unidas? ¿Un diálogo abierto? ¿La cesión de Jerusalén? ¿La cesión de Gaza? ¿Un verdadero plan de desconexión? ¿Un verdadero cese al fuego? ¿La desarticulación de Hamas? ¿La humanización del Ejército israelí?

Históricamente, no ha existido un Primer Ministro más abierto al diálogo en la historia del conflicto, tomando en cuenta que solo han existido dos, que Mahmoud Abbas. El primer ministro Abbas ha manifestado la necesidad de un acuerdo para Gaza (como si fuera un propagandista israelí) y la constante y perpetua determinación por llegar a un acuerdo efectivo de paz. La ciudad vieja ya no está bajo exclusivo control árabe, muchos de los territorios acordados palestinos según los bordes de 1967, han sido ocupados por asentamientos judíos, los ataques terroristas desde territorio palestino han disminuido notablemente (si acaso han cesado). Es una oportunidad dorada. Pero ni Netanyahu ni Livni parecen estar dispuestos a cerrar un acuerdo de paz. ¿Qué más quieren? ¿Una Palestina reducida a una ciudad? ¿Que Hatikva sea su himno?

Sería, lamentablemente, absurdo pensar en un Estado palestino con fronteras y espacio aéreo totalmente abiertos. Sería condenar al Estado de Israel. Pero también resulta absurdo pasar por alto la miseria que vive el pueblo palestino en Gaza, la necesidad imperiosa de un palestino por entrar a su tierra. La desocupación de los territorios palestinos por parte de los colonos israelíes supondría un problema para Israel (a la vez que un alivio). La confinación del pueblo palestino también lo supone. 
“El conflicto árabe-israelí parece,
 hasta cierto punto, una tomadura de pelo...”
¿Dónde encontramos la solución? ¿Dónde encontramos un punto que trascienda la conversación, el diálogo, el documento firmado y la pose para el periódico? ¿Dónde está la salida para un conflicto cuyos mayores adeudos son las familias palestinas e israelíes que han visto a sus hijos y padres por última vez envueltos en una sábana?

 Todo recae en la voluntad. ¿Existe la voluntad por parte de Palestina? ¿Cederá algún día Israel? ¿Cuándo llegará un mediador más influyente que Obama? Puede que la solución esté en manos de la comunidad internacional. No hablo de la Liga Árabe y su solución: desaparecer al Estado de Israel. Hablo de la otra comunidad internacional. De aquella que votó a favor de la creación de un Estado judío en 1948, pero que a su vez dividió a los entonces territorios de ocupación británica en dos Estados; no en un gran Estado y lo que le falta por conquistar. Esa comunidad internacional, liderada por Brasil, que favorece y apoya la creación de un Estado palestino. Apoyo que no puede ser limitado a una declaración, apoyo que debe ser proactivo, resolutorio, propositivo.

 En esta disputa no hay inocentes activos. Inocentes los hay, pero son considerados daños colaterales, por ambos lados. Israel fue creado por determinación. Las soluciones fueron creadas en la marcha. La única manera que Palestina se convertirá en Estado es bajo esa misma determinación. ¿Podrá Abbas convertirse en un Herzl palestino? Se están dando los primeros pasos, pero tantas veces  se han dado. Tanto la Tanaj como el Corán invitan a la sumisión, la sumisión ante un dios que les mandó, por sobre todas las cosas,  amar a su prójimo como a uno mismo.

sábado, 22 de enero de 2011

Una oportunidad para confiar

(Artículo publicado en El Telégrafo el viernes 21 de enero de 2011)
La respuesta por parte de la oposición es evidente: la nueva consulta popular es un mecanismo populista destinado a la concentración del poder, al abuso de la democracia y a mantener una alta popularidad. Escuché a Osvaldo Hurtado decir en una entrevista, que la “culpa” de la “situación política autoritaria” en la que vivimos es del 80% de los ecuatorianos que votamos a favor en las dos primeras consultas populares. También he escuchado comentarios sobre la incapacidad de los ciudadanos para discernir y evaluar las preguntas y el trasfondo político/legal de los planteamientos de de la consulta popular. Que las preguntas deben ser sometidas a un largo estudio y debate y que los resultados simplemente reflejarán la popularidad del Presidente. Son comentarios de personas que, sin haber sometido las preguntas de la consulta a un largo estudio y debate, descartan el proceso enteramente.
                Los mecanismos de participación directa no deben ser vistos como manipulaciones populistas. En un país que todavía carece de institucionalidad, donde la fórmula representativa, aún en pañales, no ha representado efectivamente lo intereses de la sociedad civil, donde resulta utópico pensar en políticas de Estado más que en políticas de gobierno, los mecanismos de democracia directa resultan una alternativa para sortear la histórica inoperancia y visceralidad del aparato político. ¿No fue a través de consulta popular que se aprobó el Plan Decenal de Educación? Un gran articulista de El Comercio, Alfredo Negrete, escribió refiriéndose a la consulta: “En su sano juicio cualquier ciudadano le será  imposible decir que no está de acuerdo con temas obvios y racionales”. Si estos temas son obvios y racionales, ¿por qué, entonces, no son parte del quehacer social? ¿Por qué en los treinta años de supuesta democracia, no se han buscado los mecanismos representativos para implementar lo obvio y racional?
                Para ciertos sectores de la oposición, la consulta es la manera en que el gobierno puede crear situaciones legales para concentrar el poder. Esta visión resulta macabra. Osvaldo Hurtado inició un proceso de sucretización que sirvió para la concentración del poder, sin consulta popular. Sixto Durán-Ballén inició un proceso de neoliberalización que sirvió para la concentración del poder, sin consulta popular. Jamil Mahuad inició un proceso de dolarización que sirvió para la concentración del poder, sin consulta popular. Con esto no quiero decir que un voto favorable a través de consulta popular es patente de corso para el gobierno. Es, si acaso, una mayor responsabilidad ante la ciudadanía. Tampoco estoy de acuerdo con la tesis en que una aprobación de las preguntas de la consulta generaría una concentración de poder. Tampoco creo que se deba votar en plancha.
                Lo que debemos es confiar en alguien. Puede que los ciudadanos decidan confiar en un gobierno que, con sus virtudes y defectos, ha trabajado por la construcción de un proyecto democrático de país, estemos o no de acuerdos en que el proyecto sea el adecuado. Si no lo hacen, el gobierno deberá buscar los mecanismos estatales en los cuales si estamos de acuerdo, en los cuales si confiamos. A la final, si la tesis del gobierno es aprobada, seguramente Osvaldo Hurtado volverá a decir que la “culpa” es de la ciudadanía. Si es aprobada, un grupo de la oposición asegurará que hubo manipulación política, que los ciudadanos no somos aptos para tomar estas decisiones, que los que votaron a favor de la tesis gubernista son borregos. Yo veré estos comentarios como el ejercicio pleno de la libertad de expresión y veré los resultados de la consulta, a favor o en contra, como un compromiso del gobierno con la sociedad.        

viernes, 14 de enero de 2011

Conductores Suicidas

(Artículo publicado en El Telégrafo el 14 de enero de 2011)
Parte de la rutina periodística es dedicar un espacio especial, todos los días con evidente énfasis los fines de semana y feriados, a los accidentes de tránsito. 

Son escandalosos, son llamativos, son mortales y, sobre todo lo anterior, son frecuentes. Son, también, una lástima. Son una lástima porque, además, la historia de las trágicas víctimas suele quedar en una fría cifra, una foto desoladora, un bus volcado que carecía de las más elementales normas de seguridad y, por supuesto, un chofer fugado. Tomando  en cuenta la cantidad de accidentes y, por ende, de choferes fugados, me asombra la abundancia de profesionales que todavía pueblan nuestras calles. Profesionales que no parecen tener las nociones básicas de urbanidad, de conducción, de decencia. Profesionales que no parecen ser conscientes de la responsabilidad de llevar otras vidas y de los potenciales riesgos que comprende manejar un vehículo más grande y pesado a altas velocidades.  
    
Con todo, parece excesiva la sanción impuesta a la transportista Reina del Camino. Carece de proporcionalidad. Deberían, en ese caso, cerrar a todas las compañías de transportes que infrinjan la ley de tránsito. Es decir, a todas. Deberían, a lo mejor, sancionar al conductor que fue el causante  del accidente. La evidente queja de los directivos de la cooperativa  es que no pueden ser juzgados por la negligencia de uno de sus miembros. Seguramente los que no piensan de esta manera son los afectados, los que nunca verán una indemnización, los que seguramente nunca vuelvan a ver al chofer, los que se suben a un bus rezando porque lleguen a su destino, los que confiaron, de una manera u otra, en la pericia del conductor y en el nombre de la compañía. 

¿La anulación de la frecuencia de la cooperativa Reina del Camino deberá ser tomada como una advertencia o como un nuevo modo de actuar del Consejo Nacional de Tránsito? ¿Es la solución a los problemas viales o es simplemente una buena oportunidad para que venga otro y haga lo mismo? ¿Cómo debe darse la reestructuración del transporte público? ¿Sanciones más fuertes, capacitación continua, menos frecuencias? 
“Deben entender que lo más importante
 es  llegar, no llegar rápido, (...) no llegar lamentando”
Es indignante ver la manera en que los choferes, la mayoría de ellos, se manejan en las vías. Son agresivos, irrespetuosos, irresponsables, creen que son los únicos y los más importantes, creen que es una carrera que se debe ganar, creen que es coherente dejar pasajeros en mitad de la vía, en cualquiera de sus carriles, creen que competir entre ellos los hace mejores, creen que maquillar los problemas de sus vehículos o sobornar a un funcionario para pasar la revisión va a hacer que aquellos males desaparezcan. Lastimosamente no lo hacen. Y resulta demasiado obvia la contaminación producida por los buses, el desgaste de sus llantas y la abundancia de pasajeros que se abarrotan dentro de estos vehículos que “temen” respetar una señal de tránsito. 

 La reestructuración, por ende, debe ser integral. La cooperativa Reina del Camino sí debe ser sancionada. Y duramente. Es su obligación tener un control sobre los vehículos que circulan bajo su nombre. Sin embargo, si son conductores los que dirigen estas compañías, seguramente no logran comprender las graves faltas y riesgos productos de la negligencia. La reestructuración debe ser de formación. Una formación, una educación que recuerde que los controles son por seguridad, no por cumplir un proceso burocrático destinado a sacarles plata. Deben entender que lo más importante es llegar, no llegar rápido, no llegar sobrecargado, no llegar lamentando. Si la reestructuración queda en lo legal (en la baja de puntos, en las severas sanciones, en la efectiva aplicación de estas), pronto terminaremos sin transporte público. ¿A lo mejor la solución?

viernes, 7 de enero de 2011

(Mal)citando al Vicepresidente


(Artìculo publicado en El Telégrafo el 7 de enero de 2011)

En una coherente entrevista en Radio Quito, el vicepresidente Lenín Moreno se expuso conciliador y amante de la libertad. Una entrevista que produjo respuestas sinceras a preguntas complicadas. Muchas de las cuales comparto, otras que me parecen discutibles. Son posturas que pueden y deben ser debatidas, al igual que las posturas del Presidente, de los asambleístas, de los periodistas. El Vicepresidente habló, entre otras cosas, de la libertad de expresión y su visión de cómo debe ser tratado este derecho inherente del ser humano, como también debe ser regulado (mas no censurado). “Preferiría la instancia de un poco excesiva libertad a que no haya ninguna”, sirvió como corolario de su posición sobre la expresión.
La postura del Vicepresidente es, a mi parecer, la adecuada. Como lector me encuentro con decenas de articulistas de opinión que, dependiendo del periódico, van desde el cinismo irrespetuoso hasta la crítica ponderada y constructiva. Dentro de mi libertad de elegir, elijo tomar cada uno de estos editoriales como una puerta abierta al debate, no como verdades irrefutables ni como axiomas políticos. Prefiero, yo también, que esta crítica, siempre propuesta desde la buena fe y la verdad y nunca desde la calumnia ni desde la especulación maliciosa, continúe abarrotando los puestos de periódicos y revistas. Son un termómetro, la expresión del inconforme, como todos lo fuimos alguna vez. Prefiero escuchar que vivimos en un país donde se puede calificar al Presidente de “antidemocrático” o que el mismo debe dedicarse “a recorrer la gastronomía del país”, más allá que sienta que eso no es periodismo y es un abuso de la libertad de expresión, a un país donde el mutis sea la causa.
Pero el colofón de esta idea debe ser “un poco excesiva libertad”. Un poco. No un país manejado por la tergiversación. No un país manejado por la verdad de un sector. No un país donde, por el afán de oposición o gobernalismo, se pueden estrechar las fronteras de lo real y racional; donde la veracidad sea el baluarte de donde nace toda crítica y toda opinión. No un país donde sean los medios los que derrocan y posesionan presidentes. Una instancia donde puede conocer una línea editorial, una postura política, y no seguir apadrinando “defensores de la libertad de expresión: objetivos e imparciales”, especialmente cuando esto no se evidencia en la práctica. Una instancia donde sea bueno tanto por apoyar como por no apoyar, una instancia donde mi nombre no se vea manchado por calumnias que vengan de la visceralidad. Una instancia donde los medios de comunicación, todos ellos, sean transparentes en sus aspiraciones, sean estas lucrar o comunicar, y que la mojigatería deje de ser la barrera que nos separa entre el comentario y mesianismo editorial.
“Pero ya que hemos puesto en la palestra del debate la libertad de expresión y la Ley de Comunicación, pues mejor racionalicémosla”, continúa el Vicepresidente. También habla sobre la necesidad de medios de comunicación responsables, aunque sean “acérrimos antigobiernistas”; una prensa profesional, que mantenga “la sensación de frescura en el ambiente”. No medios que (mal)citen al Vicepresidente olvidando que él aboga por un poco de excesiva libertad, no excesiva libertad a secas. No está de acuerdo con una instancia de libertinaje (como alguna vez lo propuso la vicepresidenta Rosalía Arteaga), y creo que se inclina más por una responsabilidad mediática antes que por una dictadura mediática. Y aunque “muchas veces puede salir este comportamiento desde el Gobierno” (como afirma el Vicepresidente), este proceso de construcción de país, un país en busca de un desarrollo integral, la pulida debe venir de ambas partes. La carrera no debe ser por saber quién tiene la razón, la carrera debe ser por la construcción de país. A veces, no basta con quedarse en la palabra.