viernes, 29 de abril de 2011

El facilismo del dedo



(Artìculo publicado en El Telégrafo el 29 de abril del 2011)

      Es evidente, no hemos evolucionado de un país guacharnaco y tropical. Resulta que cualquier acto de inmadurez y falta de argumentos es catalizador de una campaña política. Nada ha cambiado. Aunque ahora nos hemos vuelto más filosóficos. ¿Será libertad de expresión hacer señas obscenas contra el Presidente? ¿Las leyes que defienden la majestad de los funcionarios públicos son arcaicas y dictatoriales? ¿Los dedos provocan “cortocircuitos hepáticos”? Leer más...

viernes, 22 de abril de 2011

Una crítica que no teme

(Artículo publicado el viernes 22 de abril del 2011 en El Telégrafo)

Voy a utilizar este espacio para practicar un ejercicio. Voy a criticar al Gobierno. Ejercicio que no será nuevo para mi columna pero que pretende demostrar, con sencillez, la importancia de las formas. Leer más...

viernes, 15 de abril de 2011

La audacia del conformista

(Artículo publicado en El Telégrafo el 15 de abril del 2011) 


La decisión de expulsar a la embajadora Hodges fue un error. Fue un error porque la vía que se utilizó para condenar una acción por demás condenable crea dificultades innecesarias en nuestro afán de definir una política internacional. Entorpece una relación comercial (la más importante) como consecuencia de una acción política. Y muchas serán las preguntas que deberá hacerse la cancillería y muchos más serán los ajustes que deberá hacer en su estrategia diplomática (si la tiene). Leer mas. 

viernes, 8 de abril de 2011

A la 8 lo que es de la 8

(Artículo publicado en El Telégrafo el viernes 8 de abril del 2011)



Terminado el debate sobre la constitucionalidad de la pregunta 8, nace ahora la férrea lucha por el Sí y por el No. El Sí por la libertad, el No por la libertad; el Sí por el toro el No por el toro; el Sí por los derechos de los animales, el No por los derechos culturales; etc. Un debate interesante, sin duda. Calles repletas de grafitis por la libertad, por la dignidad, por el gallo, por el 8, por la corrida, y la simplificación de una decisión que resulta más importante a niveles estructurales del Estado y de nuestra concepción de justicia.

Llevado el tema a consulta, la pregunta 8 merece cavilar como las otras nueve preguntas. No podemos definir nuestro voto en plancha a partir de una preferencia cultural o de una percepción de los derechos de la naturaleza. Pero esa parece ser la tendencia: atarnos a una ideología y estirarla al resto de las preguntas. Una irresponsabilidad y un abuso de una propuesta democrática, variada, amplia y cuya meditación debe tener la misma tendencia.

Se vuelve insostenible cualquier debate político o racional, cuando la consigna viene de una preferencia o de un desagrado. No es, como algunos medios aseguran, la “Consulta de Correa”. No es un concurso de popularidad ni una encuesta de opinión. La consulta busca definir el rumbo que deberá tomar el Estado y cómo queremos que se articule el Estado ante las relaciones de poder. Será definitoria para establecer los límites y las prerrogativas de un sistema que, evidentemente, tiene arraigado un comportamiento tradicionalmente inoperante y corrupto.

Que la posibilidad de un último “Ole” o la continuidad de aquellos desnudos cubiertos de sangre tirados en las afueras de la Plaza de Toros no sea el timón para el voto. Si se coarta la libertad y los derechos, si se generan nuevos derechos y nuevas libertades, si es una considerable fuente de empleo o si es una atroz fuente de empleo, el debate no deberá trascender las fronteras mismas de la pregunta.

No elucubremos en lo posible imposible.  Demos a cada pregunta la importancia que merece. No limitemos nuestro voto a ser taurino o antitaurino. Aquellos que defienden las libertades deberán recordar que estas deben ser exigidas en un amplio espectro, uno que no sea circunscrito por una afición. Mi ejercicio de reflexión me lleva a votar Sí por la 8. Pero un ejercicio más amplio servirá para definir mi voto por el resto de preguntas. Porque no estoy dispuesto a vender mi voto a una particularidad.

http://eltelegrafo.com.ec/index.php?option=com_zoo&task=item&item_id=1256&Itemid=29

viernes, 1 de abril de 2011

Nos estamos condenando a una lucha de clases...

Estimada Sra. Calderón:

Una vez abierto este espacio que me parece necesario y teniendo en cuanta el tiempo que usted se ha tomado, no solo de leer mi artículo, sino también de contestarlo, quisiera responderle de la siguiente manera:

Usted lo que propone en sus artículos es una fórmula ya aplicada, tanto en América Latina, como en el Ecuador. Lo que usted propone es adoptar un modelo que busca centralizar el fin de la actividad económica en el mercado, y no en la persona. Es importar un modelo, como los modelos de industrialización o los modelos liberales, aquellos que tantos “frutos” nos han dado como continente. Usted no busca, ni propone, un “cambio radical”. Lo que usted propone es adoptar medidas que, históricamente, no han terminada de cuajar con al quehacer ecuatoriano. No han llegado a “tropicalizarse”.

Pero más importante es el enfoque que se le da a la economía. La utilidad es un justo reconocimiento al otro “factor” que genera valor agregado. La acumulación de capital per capita no parece ser el interés primero de las empresas, y no tiene porque serlo. Pero es por esta última razón que los intereses “egoístas” de las empresas son llevados al plano inmoral e ilegal. Una estrategia económica como la que usted propone no beneficia al trabajador medio, ni incremente su salario, cuando históricamente, la postura de la industria nacional ha sido buscar las herramientas para aprovecharse del trabajador. No nos engañemos. Su modelo suena estupendo en una economía de mercado (el modelo marxista respondía a una Inglaterra industrializada, no a una Rusia tzarista): no en el corporativismo agresivo en el que nosotros vivimos, como planteo en mi artículo.

En nuestro país, cuando lo “individuos han gozado de mayor libertad”, esa libertad se ha enfocado a grupos determinados. Y sí, se ha generado mayor prosperidad, pero para aquellos individuos determinados. Y las leyes “taxativas” son una reacción a los constantes abusos del sector industrial. Leyes que no son respuestas a una “lucha de clases”, son las válvulas de escape para un sector que, en su generalidad, ha sido abusado. No estamos condenados a una lucha de clase, nos estamos condenando a una lucha de clases.

¿La alternativa? La alternativa, ciertamente, no viene en la ley (aunque buena falta nos hace una ley de competencia). La ley es únicamente útil cuando es interiorizada por la sociedad. No por eso dejaremos de aplicarla: lex dura, set lex. Evadir impuestos es ilegal e ilógico: una buena razón por la cual el empresario puede seguir pagando un sueldo de miseria, es porque sus impuestos están siendo destinados para que el trabajador pueda subsistir mediante educación gratuita, salud gratuita, etc. La alternativa debería venir de una concientización del empresario. Un empresario que deje de ver al trabajador como un factor de la producción y lo comience a ver como un generador de valor, mejor aún, como ser humano. Un empresario que, además de no evadir impuesto, cumple con el marco legal en su totalidad. Un empresario, como aquellos empresarios suizos a los que usted tanto admira, que ponen, por encima de cualquier valor, el de la honestidad y la transparencia. Mientras esto suceda, usted sabrá si sigue justificando la doble contabilidad.     

El entorno del empresario

(Versión extendida del artículo publicado en El Telégrafo (http://www.eltelegrafo.com.ec - nueva página) el viernes 1 de abril de 2011)


Cuando creí haberlo leído todo, me topé con un artículo de Gabriela Calderón, columnista de El Universo, titulado “El empresario y su entorno”. El artículo suponía una continuación a otro titulado “Marx y el reparto de la ganancias”. En ambo artículos expone, dentro de las limitaciones propias de una columna, su visión acerca de la organización económica del Estado. En un punto llega a decir que debemos dejar que “Marx descanse en paz y lejos de nuestro mercado laboral”. Esto para resumir su postura frente al reparto de utilidades.
 Gabriela Calderón se define como liberal. ¿Liberal? Esta mujer hace ver a David Ricardo (aquel que afirmaba que el salario natural permite al trabajador “subsistir y perpetuar la raza”) como el escribano de Engels. Pero no es mi intención criticar una preferencia económica. Aunque los puntos en que coincidimos son mínimos, estoy seguro que ambos creemos que nuestra posición es la más adecuada para llegar a un Estado de bienestar. La motivación, en este caso, también resulta importante.
                  Lo que me asombró fue la manera en que justifica la doble contabilidad y la evasión de impuestos del empresario como reacción a un marco legal “que impide el progreso y castiga la creación de riqueza”. Esto, en un país donde la empresa privada ha hecho y deshecho a discreción. Donde los acuerdos colusorios son evidente, pero no son sancionados. Donde se critica que el Estado obligue a Holcim a pagar $31 millones en utilidades, pero se olvidan de criticar las prácticas anticompetitivas que son, decididamente, su modus operandi.  Donde se defiende un capitalismo determinado o se predica una economía social de mercado, pero vivimos en un corporativismo violento y desmedido.  Decir que, además del 25% de impuesto a la renta, repartir un 15% de utilidad obliga a la empresa privada a delinquir, es obviar el hecho de que en economías como la nuestra, ese 15% será utilizado para consumo, es decir, reabastecido al mercado, a la propia empresa.
                  Entonces, ¿cuándo, señora Calderón, debemos cumplir la ley? ¿Cuándo trabajamos ocho horas de salario mínimos? ¿Cuándo no se reciben utilidades porque las empresas están trabajando “a pérdida”? ¿Cuándo nos despiden un año antes de recibir la jubilación patrimonial? ¿Cuándo nos obligan a cobrar como “servicios prestados” cuando existe una relación de dependencia? Porque entre las prácticas ilegales que practican las empresas por un marco jurídico restrictivo, se olvidó de mencionar muchas otras más. Defender estas prácticas es darle patente de corso a un sector que, en buena parte, ha operado impune.
                  Una ley laboral taxativa es producto de un abuso. ¿Se abusan los trabajadores de ella? Por supuesto. Y de la misma manera en que se critica el accionar de ciertas empresas, es necesario criticar el accionar de ciertos trabajadores. Es necesario criticar la práctica inmoral y carente de cualquier indicio ético, además de ser ilegal. Resulta cómodo y facilista defender la doble contabilidad y la evasión de impuestos y una justificación penosa para un sector que puede, y debe, profesionalizarse.