El subdesarrollo nace de una deficiencia histórica que se arrastra y produce una cadena de situaciones que se traducen en una realidad definida. El subdesarrollo tiene como base la economía, pero este se proyecta en las más diversas expresiones que comprenden al Estado; tanto más en el Ecuador, país caracterizado por su falta de institucionalidad. También es necesario decir que un desarrollo económico no significa, ulteriormente, un desarrollo social, democrático, cultural o político.
El subdesarrollo ecuatoriano, o las vías del desarrollo en las que nos encontramos (par ser políticamente correctos), es evidenciado más manifiestamente en el plano económico y político.
Según datos del Banco Central, el PIB per capita del Ecuador para 2008 era de $3900 con un promedio de 5 miembros por familia. Esto resulta un indicador poco alentador si tomamos en cuenta que para el mes de abril de 2010, la canasta vital se situó en $385[1] (ciento cincuenta dólares por debajo de la canasta básica). A estas cifras se debe agregar que el coeficiente Gini para el Ecuador en el 2010 se situó en 0.5, mostrando que una buena parte de las familias no podrán acceder a esta canasta vital. La balanza comercial, por su parte, se ha podido regularizar mediante una fuerte imposición de aranceles e impuestos, más que por una reactivación de le economía. Esto es el subdesarrollo económico en cifras.
Pero hay un subdesarrollo menos frío y más apegado a una realidad social. El empresario ecuatoriano tiene como objetivo la distribución, no la creación. Contadas son las compañías que ofrecen valor agregado e innovador. Somos una economía de intermediarios maquillados por grandes nombres de tiendas. Nuestra dependencia en el petróleo es inexorable. Nuestra dependencia al petróleo hace que nuestra balanza comercial esté estrechamente ligada a los movimientos realizados en el mercado de valores. Dentro de la interdependencia misma de los países, tendemos a la dependencia. Tendemos a depender de los EEUU (a donde 40% de nuestras exportaciones salen)[2]. Tendemos a depender de la exportación de materia prima. Tendemos a depender de la buena voluntad de nuestros socios comerciales. Los productos elaborados son escasos y su comercialización limitada. Dependemos aún del sector primario. No hay una visión de empresarial de generación, pero tampoco las facilidades jurídicas que protejan a los empresarios.
Nuestro subdesarrollo jurídico ha comprendido una de las trabas más latentes para la inversión. Jueces corruptos, salas atestadas de juicios paralizados para la falta de personal calificado y por el volumen ingresado. Otro vicio del subdesarrollo. Las cortes que han sido politizadas desde hace más de tres décadas terminan siendo un adendum del ejecutivo (o legislativo, dependiendo del año). La necesidad de inversión, traducido en capital extranjero, difícilmente puede ser satisfecha ante la inestabilidad de los magistrados (y sus dictámenes).
Nuestros índices de educación, según las últimas pruebas APRENDO, demuestran las serias deficiencias que existen en el sistema educativo, tanto público como privado. En el Ecuador solo un 57% de los estudiantes terminan la secundaria (solo 37% de la población tiene un bachillerato) y solo un 20% termina la universidad[3]. Esto sumado a un sector académico rezagado y obsoleto, y una magra inversión tecnológica. No es únicamente la falta de industria; es también la falta de mano de obra calificada que pueda brindar un trabajo de calidad, un valor agregado cualitativamente superior.
Políticamente, el Ecuador sufre un estancamiento que está estrechamente ligado a las prácticas democráticas. La falta de institucionalidad y la vulnerabilidad de la estabilidad, han convertido a la presidencia en un vaivén de figuras populistas, coyunturales y superficiales. Más allá de la cantidad de presidentes que podamos tener en un año, el problema es la necedad de reestructurar el aparato político cada cierto tiempo. Es raro ver a un ministro permanecer un periodo largo en su cargo, donde pueda cumplir su ciclo y concretar planes y proyectos de trabajo. Nuestro subdesarrollo está en la falta de políticas de Estado, independientes de los gobiernos de turno. El mismo hecho del desprestigio de los partidos y las figuras mesiánicas que aparecen cada vez más frecuentemente son un claro reverberación de nuestra inopia política.
Y esto finalmente se ve reflejado en una pandemia de abstemia cultural. Nuestras artes son el reflejo de una vanguardia tardía. Pero más que eso, nuestra mentalidad sigue siendo la de un país subdesarrollado: me quejo mucho y actúo poco; el Estado son los gobernantes y debo estar en contra de ellos; si el Estado no lo hace porque habría de hacerlo yo; etc. El subdesarrollo es expresado económicamente pero sus repercusiones tangentes se reflejan en todos los estamentos que conforman la sociedad. Del subdesarrollo debemos salir primeros los individuos y luego el Estado. Atreviéndome a malcitar al expresidente Velasco Ibarra: “¿Queréis desarrollo? Hacedla primero dentro de vuestras almas, todos los días, sin amilanarse. Esa es el desarrollo: amor al progreso y a la justicia, venciendo todos los obstáculos”
[1] Datos del INEC. Acceso: 10 de mayo 2010: http://www.inec.gov.ec/web/guest/ecu_est/est_eco/ind_eco/ipc/inf_act_ind/ser_his
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