(Artìculo publicado en El Telégrafo el 12 de marzo de 2011)
No es una manía ideológica ni la misma retórica antiyanqui que hace años se convirtió en una sinrazón. Es una realidad. Es una visión realista de las relaciones internacionales. Cada Estado vela por sus intereses. Y esta anarquía internacional se vuelve insostenible, pero, para bien o para mal, llevadera y nos resignamos a ver los acontecimientos desde la cabina del espectador porque poco o nada podemos convencer desde nuestra tropicalidad inquieta. Libia se ha convertido, de manera sorpresiva pero verosímil, en el chivo expiatorio de la administración Obama. Una administración que desde hace algún tiempo viene demostrando que el statu quo en sus relaciones internacionales no ha cambiado (muy a pesar de las promesas de campaña) y seguramente no cambiará.
La institución del Estado y su visión ha podido mantenerse a pesar de cualquier indicio de reforma.
A nadie le resultan esquivas las actitudes antidemocráticas que debió tener Gadafi a lo largo de su reinado: lleva más de 40 años en el poder y eso no se consigue a través de las urnas. Estoy seguro de que debe ser una gran persona, como lo asegura el presidente Chávez, pero “a mí no me consta”. Lo que sí me consta es que con Gadafi todos tienen rabo de paja. Desde Sarkozy hasta Mariah Carey. Y es ahora cuando toda la comunidad internacional comienza a rasgarse las vestiduras, incluyendo a ciertos nacionales, y se han acordado de congelar las jugosas cuentas de este “malvado” y organizar reuniones secretísimas y privadísimas que incluyen hasta a la Reina de Inglaterra. Y todo esto lo encontramos loable. Pero, ¿por qué ahora? Según los cánones internacionales, ¿cuánto debe durar una dictadura para que sea mala? Porque Gadafi viene gobernando como lo ha hecho desde hace años, décadas. Y la Unión Europea viene captando sus fondos desde hace un tiempo similar. Entonces, parece que para que la altísima comunidad internacional intervenga deben pasar ¿40 años? ¿Unas cuantas revoluciones por Twitter? ¿Los barriles de petróleo llegar a valer más de cierta cantidad de dólares? ¿El tiempo que estuvo Saddam Hussein en el poder?
Está bien que una acción democratizadora sea apoyada por la comunidad internacional: en Occidente entendemos estos procesos como algo positivo. Lo que no está bien son aquellas muestras inconmensurables de condena hacia una situación que lleva años en la palestra internacional. Ni tampoco ayudan en nada las muestras de apoyo coyunturales que terminan por llenar las páginas de los periódicos, pero que demuestran tener un seguimiento muy pobre: Egipto sigue manejado por el Ejército, Irak es el segundo país más inestable del mundo y ya nadie se acuerda de Afganistán, con excepción de los opiómanos y Bechtel, encargada de reconstruir Medio Oriente. ¿Cómo irá eso?
Y ahora, una vez más, estamos a la espera de una resolución de la ONU para que las fuerzas internacionales, EE.UU. a la cabeza, puedan intervenir en Libia.
Como alguna vez lo estuvimos para que puedan intervenir en Irak. Solo faltaba encontrar las armas de destrucción masiva… que nunca se encontraron. Y ciertamente sirve de chivo expiatorio para una administración cuyo desempeño en la política internacional ha sido bastante pobre. ¿Esperarán los EE.UU. el visto bueno de las NN.UU. para entrar en Libia? Esperaron 40 años para actuar, deben estar impacientes. Hillary Clinton declaró que “es hora de que Gadafi se vaya”. ¿Obtendrá ella también un premio Nobel por sus declaraciones? ¿Qué sucederá una vez que Gadafi sea condenado a la horca? ¿Libia se convertirá en una República Parlamentaria? ¿Ganará Halliburton, una vez más, todos los contratos petroleros? ¿Destruirán Libia para poder reconstruirla? ¿Habrá un espaldarazo internacional, un coctel de celebración, una semana de análisis y listos para el siguiente embrollo? Porque muchos son los soldados y civiles que han muerto “por la democracia”, pero, según los resultados, poco parece que han valido sus vidas.
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