Entre los candidatos para ganar el Man of the year de la revista Times estaban, por supuesto, Julian Assange (el George Orwell posmoderno), Lady Gaga, Barack Obama y Sarah Palin (y toda su Tea Party). Ganó el creador del tercer país más poblado del mundo: Marc Zuckerberg. Zuckerberg es el autor de un monstruo social valorado en más de $6 mil millones: Facebook. Fue el encargado de masificar la información, la vida personal; acelerar la vida un poco más, determinar la razón de existir de muchos; reducir el mundo a un comentario de estado, juzgar positivamente todo, sugerir nuestros deseos. Fue el encargado de redefinir los términos de privacidad, los comportamientos sociales, el marketing político, el merchandising. Se transformó de una herramienta de distracción, de dilación inclusive, a un modus vivendi. Ya no pensamos para luego vivir únicamente, ahora pensamos para vivir en Facebook.
Cabe recalcar que la revista Times define el Personaje del Año como una persona que influyó más, para bien o para mal, en los eventos del año. Para bien o para mal. Y esto resulta difícil de ponderar. Al fin, Facebook es únicamente una herramienta, como lo son el e-mail, el chat, Google, Wikipedia, una pistola. El fin de esta herramienta es la conectividad, una interrelación personal y digital de aquellos que no pueden hacerla directa y constantemente. Un espacio abierto para compartir, para proyectarse, no desde el anonimato, sino desde la franqueza inmensurable que viene de lo personal. Al momento de actualizar tu perfil, de colgar una foto, de comentar un estado, el internauta se confronta exclusivamente con la titilante pantalla de su computador. La presión social de pertenecer se dilata con los escandalosos números de amigos: ya perteneces; y la urgencia de preverse, aunque fuera de la manera más trivial, se plausible cuando sabes que pronto tu estado, de todas maneras, cambiará. De alguna manera, Facebook nos ha llevado a trivializar nuestras emociones. No existe mayor sentimiento que el “Me gusta”, ni mejor representación de tus convicciones que “X te sugiere que te guste…”.
No soy un aberrado tecnológico ni escapo de mi propia crítica. Yo también tengo una cuenta de Facebook. Al igual que mi esposa, todos mis amigos (los 283 que contabilizó Facebook), y otras 550 millones de personas en el mundo. Yo también he comentado una foto y otorgado el eventual “Me gusta”. Pero mis estados de ánimo no giran alrededor de una pantalla blanca y azul. Mis vivencias no son constante y perpetuamente catalogadas en mi muro. No así las vivencias de muchas personas que conozco. El otro día, en un aula, una compañera se pasó una hora y media (de clase) navegando exclusivamente por su Facebook. Y si no es a través de las computadoras, su BlackBerry servirá para el mismo propósito. Tantos comentarios sobre la vida, tan pocas vivencias. Me pregunto de dónde salen tantas experiencias cuando la mayor parte de su tiempo la dedica precisamente al Facebook. Y este parece ser el nuevo modus operandi de muchas personas.
El anonimato se ha perdido. Los voyeurs digitales, las personalidades múltiples, la personificación de lo que quisiéramos ser se han perdido. También nuestra privacidad. Ahora nos mostramos más reales. Pero nos mostramos también más superficiales, más triviales, más pueriles. La filosofía innata del interactuar humano se ha perdido de a poco. Y se seguirá perdiendo. Muchos de los comentarios sobre la nominación de Zuckerberg eran negativos. ¿Cómo no ganó Assange? Muchos de estos comentarios fueron hechos desde un perfil de Facebook.
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