(Publicado en El Telégrafo el 29 de octubre del 2010)
Mi decisión, mi acto voluntario y declarativo, subjetivo y parcial, es creerle al Presidente. Es creer que un secuestro no es únicamente aquellos magníficos montajes que se ven en la televisión. Es creer que usar las armas para atacar al representante de lo que has jurado proteger (y por lo cual te pagan) es, por usar términos extremadamente livianos, inadecuado. Es creer más en los hechos y menos en la especulación. Es creer que los medios, subjetivos, parciales, viscerales y libres de opinar, no tienen la verdad, tienen su verdad. Es creer que el 30 de septiembre fue más que un confuso enfrentamiento policial. Es creer más en una autoridad democráticamente elegida que en un corresponsal del Washington Post, que se encontraba en Washington y es republicano. Es creer en las perforaciones de balas, en el audio de la Central de Radio Patrulla, en las imágenes de policías iracundos, en los muertos. Esa es mi decisión: respetuosa, intransferible, imperfecta, pero mía.
Mi decisión también es creer en la libertad de prensa, y que esa libertad, que debe ser ejercida con responsabilidad como todas las libertades, puede ser, y es, usada para atacar al Presidente, quien ha “cuarteado la libertad de prensa”. Es mi decisión creer en las contradicciones. Es mi decisión creer que no hay prensa independiente, porque todos somos esclavos de nuestras decisiones. Es mi decisión pensar que ciertos sectores de la prensa representan la inconformidad de un grupo social, en su pleno derecho de hacerlo, pero que este grupo social es muy reducido. Es mi decisión dejar de leer al señor Palacio o al señor Gómez Lecaro (o El Universo en general), porque siempre hablan de lo mismo, con el mismo cinismo y la misma irracionalidad; es mi decisión pensar que alguna vez debieron acertar en sus divagaciones, pero fue mi decisión, hace mucho tiempo, dejar de leerlos. Es mi decisión estar de acuerdo con el señor Guido Calderón, colega columnista, cuando opina “que la prensa independiente está abatida hasta la médula, ya que no la dejaron conducir el golpe de Estado como en otras ocasiones”. Y es mi decisión pensar que un medio de comunicación sí es un negocio, al igual que un hospital o un colegio, pero que en este Ecuador no existe una ética del comerciante.
Es mi decisión esperar más de la oposición. Es mi decisión esperar más de los asambleístas, de los ministros, del Presidente. Es mi decisión esperar más de los medios de comunicación, de la industria, de los movimientos sociales, de los partidos políticos, de las ONG, del clero, de la administración pública y de los programas de farándula. Es mi decisión exigir más de mí, porque un país no se construye desde la mediocridad.
Es mi decisión creer que, para lograr un cambio, aquello que tanto hemos anhelado por tanto tiempo, se deben cambiar las relaciones de poder. Mi decisión es pensar que siempre hay quienes ejercen una dominación dentro de la organización del Estado, pero que este no puede ser ni único, ni perpetuo, ni egoísta, ni haberse equivocado tanto en buscar la concordancia entre el interés personal y el colectivo. Es mi decisión pensar que el Gobierno no es únicamente el Presidente, y la Revolución Ciudadana no es únicamente un eslogan. Es mi decisión pensar que este sí es un gobierno de cambio. Es mi decisión pensar que es un gobierno imperfecto, pero también es un gobierno humano. Es mi decisión pensar que se ha acertado y se ha errado. Es mi decisión criticar lo errado, pero también es mi decisión quedarme con lo bueno.
viernes, 29 de octubre de 2010
viernes, 22 de octubre de 2010
Democracia de bufones (II)
(Artículo publicado en El Telégrafo el 22 de octubre del 2010)
En su Política, Aristóteles concluye que “se puede ser buen ciudadano sin poseer la virtud por la cual el hombre es bueno”. Yo estoy convencido de la bondad del hombre, ya sea que nazca de la naturaleza, de la religiosidad, del afán de supervivencia, del temor o de un contrato social. ¿Son todos los hombres buenos? No. Es difícil, sin embargo, encontrar ese enemigo público odiado hasta por la madre. No así de los ciudadanos. No así de un comprometimiento con la vida dentro de la cosa pública. La participación activa ha sido una tarea, desde siempre, recomendada para el otro y el otro nunca es bueno. Y no hablo de la nueva participación tecnocratizada que se hace desde los ensayos de escritorio, las abstracciones metafísicas y las añoranzas por lo bueno que fue; hablo de una participación comprometida y consciente dentro del proceso de democratización de Estado, hablo de una militancia activa, no compuesta únicamente por los viejos caudillos políticos, los dirigentes gremiales y los oportunistas, sino determinada por cada uno de los ciudadanos. Militancia que no debe ser entendida exclusivamente como un asiento de elección pública; militancia que debe ser desde todo grupo social a manera de control y veeduría, de una crítica cavilada, y no de refunfuñería de sobremesa.
El problema es la tergiversación de la política. Más allá de la politiquería y el circo mediático en que algunos de nuestros gobernantes han convertido a las instituciones públicas, más allá de los bufones televisados y los entrevistados populares, más allá del chisme y la mala fe; la política como ciencia y destreza, la política como mediación y resolución, la política como ideología y pragmatismo, la política como arte ha perdido aquel valor innato que posee una necesidad humana. La política es ahora una mezcla perversa entre corrupción y malos hábitos. Se cree que hacer política es demandar que se cumplan nuestras peticiones so pena de paro. Se cree que política es desautorizar por un afán de oposición. Se cree que política es un insulto y una piedra. Se cree que política es de malos y no de inteligentes. Ha muerto de indiferencia el animal político.
Los estudiantes universitarios están más interesados en un mundo “marketingerizado” y en el Santo Grial del dinero fácil, que en las instancias que gobiernan su país. Ya no existe aquella reverencia de antaño por los cargos públicos (justificado por los personajes que han acompañado a esas curules).
¿Por qué los jóvenes están más seducidos por las Ciencias Empresariales, por la Administración de Empresas, por el Marketing y por la televisión que por las Ciencias Políticas? ¿Será acaso la memoria colectiva de insultos aplaudidos y de vicios masculinos? ¿Serán las tarimas, las camisetas, las casas de caña con paredes pintadas de Vote todo? ¿Serán las coimas, los excesos, el amarre, el nepotismo? ¿O será una vida entera de escuchar que nuestra política es una porquería? ¿Será la comodidad de la crítica sin acción? ¿Será la facilidad de un voto en blanco, de un periódico maldecido y de una vida de espectador?
Como asegura mi amigo Harry Dorn, hoy en día lo importante es el celular, el auto, la computadora, y, por supuesto, la moda, retrocediendo con pasos agigantados a la época del Homo faber en detrimento del Homo sapiens. No es suficiente estremecerse ante una democracia de bufones. Debemos ser buenos ciudadanos, además de buenas personas. Debemos demandar de nuestros representantes ser buenos ciudadanos. Así como exigimos calidad en nuestra educación, salud, transporte, exijamos calidad de los asambleístas, ministros, alcaldes, jueces y presidentes. Debemos revivir el animal político, aún más si queremos ser también parte de la solución. Debemos recordar las palabras de John Adams cuando decía: “Yo estudio política […] para que mis hijos tengan la libertad de estudiar matemáticas y filosofía”.
En su Política, Aristóteles concluye que “se puede ser buen ciudadano sin poseer la virtud por la cual el hombre es bueno”. Yo estoy convencido de la bondad del hombre, ya sea que nazca de la naturaleza, de la religiosidad, del afán de supervivencia, del temor o de un contrato social. ¿Son todos los hombres buenos? No. Es difícil, sin embargo, encontrar ese enemigo público odiado hasta por la madre. No así de los ciudadanos. No así de un comprometimiento con la vida dentro de la cosa pública. La participación activa ha sido una tarea, desde siempre, recomendada para el otro y el otro nunca es bueno. Y no hablo de la nueva participación tecnocratizada que se hace desde los ensayos de escritorio, las abstracciones metafísicas y las añoranzas por lo bueno que fue; hablo de una participación comprometida y consciente dentro del proceso de democratización de Estado, hablo de una militancia activa, no compuesta únicamente por los viejos caudillos políticos, los dirigentes gremiales y los oportunistas, sino determinada por cada uno de los ciudadanos. Militancia que no debe ser entendida exclusivamente como un asiento de elección pública; militancia que debe ser desde todo grupo social a manera de control y veeduría, de una crítica cavilada, y no de refunfuñería de sobremesa.
El problema es la tergiversación de la política. Más allá de la politiquería y el circo mediático en que algunos de nuestros gobernantes han convertido a las instituciones públicas, más allá de los bufones televisados y los entrevistados populares, más allá del chisme y la mala fe; la política como ciencia y destreza, la política como mediación y resolución, la política como ideología y pragmatismo, la política como arte ha perdido aquel valor innato que posee una necesidad humana. La política es ahora una mezcla perversa entre corrupción y malos hábitos. Se cree que hacer política es demandar que se cumplan nuestras peticiones so pena de paro. Se cree que política es desautorizar por un afán de oposición. Se cree que política es un insulto y una piedra. Se cree que política es de malos y no de inteligentes. Ha muerto de indiferencia el animal político.
Los estudiantes universitarios están más interesados en un mundo “marketingerizado” y en el Santo Grial del dinero fácil, que en las instancias que gobiernan su país. Ya no existe aquella reverencia de antaño por los cargos públicos (justificado por los personajes que han acompañado a esas curules).
¿Por qué los jóvenes están más seducidos por las Ciencias Empresariales, por la Administración de Empresas, por el Marketing y por la televisión que por las Ciencias Políticas? ¿Será acaso la memoria colectiva de insultos aplaudidos y de vicios masculinos? ¿Serán las tarimas, las camisetas, las casas de caña con paredes pintadas de Vote todo? ¿Serán las coimas, los excesos, el amarre, el nepotismo? ¿O será una vida entera de escuchar que nuestra política es una porquería? ¿Será la comodidad de la crítica sin acción? ¿Será la facilidad de un voto en blanco, de un periódico maldecido y de una vida de espectador?
Como asegura mi amigo Harry Dorn, hoy en día lo importante es el celular, el auto, la computadora, y, por supuesto, la moda, retrocediendo con pasos agigantados a la época del Homo faber en detrimento del Homo sapiens. No es suficiente estremecerse ante una democracia de bufones. Debemos ser buenos ciudadanos, además de buenas personas. Debemos demandar de nuestros representantes ser buenos ciudadanos. Así como exigimos calidad en nuestra educación, salud, transporte, exijamos calidad de los asambleístas, ministros, alcaldes, jueces y presidentes. Debemos revivir el animal político, aún más si queremos ser también parte de la solución. Debemos recordar las palabras de John Adams cuando decía: “Yo estudio política […] para que mis hijos tengan la libertad de estudiar matemáticas y filosofía”.
martes, 19 de octubre de 2010
"El fútbol tiene poesia" por Mario Vargas Llosa
Una exquisita reflexión futbolera del flamante Premio Nobel
Los pueblos necesitan héroes contemporáneos, seres a quienes endiosar. No hay país que escape a esta regla. Culta o inculta, rica o pobre, capitalista o socialista, toda sociedad siente esa urgencia de entronizar ídolos de carne y hueso ante los cuales quemar incienso. Políticos, militares, estrellas de cine, deportistas, cocineros, play boys, grandes santos o feroces bandidos, han sido elevados a los altares de la popularidad y convertidos por el culto colectivo en eso que los franceses llaman con buena imagen los monstruos sagrados. Pues bien, los futbolistas son las personas más inofensivas a quienes se puede conferir esta función idolátrica. Ellos son, claro está, infinitamente más inocuos que los políticos o los guerreros, en cuyas manos la idolatría de las masas se puede convertir en un instrumento terrible y el culto del futbolista no tiene las miasmas frívolas que encarecen siempre la deificación de la artista de cine o de la musaraña de sociedad. El culto al as del balompié dura lo que su talento futbolístico, se desvanece con éste. Es efímero, pues las estrellas de fútbol se queman pronto en el fuego verde de los estadios y los cultores de esta religión son implacables: en las tribunas nada está más cerca de la ovación que los silbidos.
viernes, 15 de octubre de 2010
Un premio a la libertad
(Publicado en El Telégrafo el 15 de octubre de 2010)
Lo que más nos alegra, como latinos, acerca de los galardonados por el Premio Nobel es que finalmente Mario Vargas Llosa recibió aquel que le parecía más esquivo. Reconocimiento merecidísimo por una vida prolífica en las letras y, por sobre todo, artísticamente envidiable. Lo que más nos conmovió, sin embargo, fue aquel grito de disidencia, grito de libertad, de paz, que retumbo desde las cárceles de Jinzhou en Liaoning, provincia de China. Un grito que nos hace recordar que aquella China represiva, autoritaria y quasidictatorial sigue existiendo. Nos recuerda que China no es únicamente un gigante económico, no es únicamente un gran anfitrión de los Juegos Olímpicos, no es únicamente una gran potencia mundial.
Lo interesante acerca del Premio Nobel son aquellos que pasan desapercibidos. Sabrá alguien quién es Venkatraman Ramakrishnan o Luis Federico Leloir o Dennis Gabor o Daniel Bovet o Elias Canetti. Uno de ellos ganó el Nobel en literatura. Uno de ellos creó el primer sistema holográfico. Otro el primer antihistamínico clínicamente disponible. Lo actuales ganadores del Premio Nobel en Física, Andre Geim y Konstantin Novoselov, serán probablemente los responsable de pantallas verdaderamente más planas. Y estos premiados no generan controversia alguna, entre la mayoría de nosotros, ni tiene porque hacerlo. Aceptamos indiferentemente sus galardones y envidiamos las jugosas sumas de dinero que reciben. No así con el Premio Nobel de la Paz.
Suena hasta irónico pensar que en el 2009 el Presidente Obama recibió el Premio Nobel de la Paz. Sin despreciar su gestión, el Presidente Obama no ha hecho nada por la paz. Ha comenzado nuevas negociaciones entre Israel y Palestina, ya fracasadas, y ha enviado cerca de 40.000 tropas a Afganistán e Irak. Por la paz. Ahora bien, yo me preguntó si a un intento de química, como lo es este intento de paz, le darán el Premio Nobel. O si yo abogo por la paz en el mundo, como se llena la boca la administración Obama de hacerlo, también recibiré, eventualmente, mi Premio Nobel. Más irónico resulta que entre los galardonados para el Premio Nobel estén Henry Kissinger y Le Duc Tho, por sus negociaciones de paz en la Guerra de Vietnam. Kissinger y Duc Tho fueron también los instigadores, por decirlo de algún modo, de la Guerra de Vietnam. Por su parte, Mahatma Gandhi nunca recibió el Nobel. ¿Qué tiene que hacer uno, entonces?
Por esto resulta una bocanada de aire fresco el Premio Nobel a Liu Xiaobo. Resulta así por el compromiso íntegro por un respeto a los derechos humanos y su lucha pacífica. Xiaobo es un hombre que cambió la comodidad de la Universidad de Columbia por las huelgas de hambre en la Plaza de Tian'anmen. Es un hombre que recordó al mundo que China no es únicamente un paraíso financiero y un excelente socio comercial. Nos recordó la violencia sanguinaria de la represión China contra los estudiantes, nos recordó el unipartidismo del sistema político chino, nos recordó lo efímero de concepto de democracia en China. ¿Qué en China está todo mal? Seguramente no. Pero si es un llamado a recordar que en China no está todo bien.
Xiaobo es una de los pocos laureados que no podrán recibir su premio. Es también un ejemplo de “activismo activo”, una lucha constante y coherente por defender los valores más íntimos del hombre. Es un llamado a la reflexión y a la búsqueda por valores verdaderos, y no aquellos que nos venden por TV. Es un espíritu de humanidad que debe ser aplaudido.
Lo que más nos alegra, como latinos, acerca de los galardonados por el Premio Nobel es que finalmente Mario Vargas Llosa recibió aquel que le parecía más esquivo. Reconocimiento merecidísimo por una vida prolífica en las letras y, por sobre todo, artísticamente envidiable. Lo que más nos conmovió, sin embargo, fue aquel grito de disidencia, grito de libertad, de paz, que retumbo desde las cárceles de Jinzhou en Liaoning, provincia de China. Un grito que nos hace recordar que aquella China represiva, autoritaria y quasidictatorial sigue existiendo. Nos recuerda que China no es únicamente un gigante económico, no es únicamente un gran anfitrión de los Juegos Olímpicos, no es únicamente una gran potencia mundial.
Lo interesante acerca del Premio Nobel son aquellos que pasan desapercibidos. Sabrá alguien quién es Venkatraman Ramakrishnan o Luis Federico Leloir o Dennis Gabor o Daniel Bovet o Elias Canetti. Uno de ellos ganó el Nobel en literatura. Uno de ellos creó el primer sistema holográfico. Otro el primer antihistamínico clínicamente disponible. Lo actuales ganadores del Premio Nobel en Física, Andre Geim y Konstantin Novoselov, serán probablemente los responsable de pantallas verdaderamente más planas. Y estos premiados no generan controversia alguna, entre la mayoría de nosotros, ni tiene porque hacerlo. Aceptamos indiferentemente sus galardones y envidiamos las jugosas sumas de dinero que reciben. No así con el Premio Nobel de la Paz.
Suena hasta irónico pensar que en el 2009 el Presidente Obama recibió el Premio Nobel de la Paz. Sin despreciar su gestión, el Presidente Obama no ha hecho nada por la paz. Ha comenzado nuevas negociaciones entre Israel y Palestina, ya fracasadas, y ha enviado cerca de 40.000 tropas a Afganistán e Irak. Por la paz. Ahora bien, yo me preguntó si a un intento de química, como lo es este intento de paz, le darán el Premio Nobel. O si yo abogo por la paz en el mundo, como se llena la boca la administración Obama de hacerlo, también recibiré, eventualmente, mi Premio Nobel. Más irónico resulta que entre los galardonados para el Premio Nobel estén Henry Kissinger y Le Duc Tho, por sus negociaciones de paz en la Guerra de Vietnam. Kissinger y Duc Tho fueron también los instigadores, por decirlo de algún modo, de la Guerra de Vietnam. Por su parte, Mahatma Gandhi nunca recibió el Nobel. ¿Qué tiene que hacer uno, entonces?
Por esto resulta una bocanada de aire fresco el Premio Nobel a Liu Xiaobo. Resulta así por el compromiso íntegro por un respeto a los derechos humanos y su lucha pacífica. Xiaobo es un hombre que cambió la comodidad de la Universidad de Columbia por las huelgas de hambre en la Plaza de Tian'anmen. Es un hombre que recordó al mundo que China no es únicamente un paraíso financiero y un excelente socio comercial. Nos recordó la violencia sanguinaria de la represión China contra los estudiantes, nos recordó el unipartidismo del sistema político chino, nos recordó lo efímero de concepto de democracia en China. ¿Qué en China está todo mal? Seguramente no. Pero si es un llamado a recordar que en China no está todo bien.
Xiaobo es una de los pocos laureados que no podrán recibir su premio. Es también un ejemplo de “activismo activo”, una lucha constante y coherente por defender los valores más íntimos del hombre. Es un llamado a la reflexión y a la búsqueda por valores verdaderos, y no aquellos que nos venden por TV. Es un espíritu de humanidad que debe ser aplaudido.
miércoles, 13 de octubre de 2010
Correspondencia entre Silvio Rodríguez y Carlos Alberto Montaner (OP4)
Interesante correspondencia entre dos visiones distintas de una Cuba siempre expectante de los movimientos de su Espada de Damocles. Un severa crítica desde la disidencia y una respuesta determinante desde la revolución.
http://www.elpais.com/articulo/internacional/Correspondencia/integra/Silvio/Rodriguez/Carlos/Alberto/Montaner/elpepuint/20100410elpepuint_11/Tes
http://www.elpais.com/articulo/internacional/Correspondencia/integra/Silvio/Rodriguez/Carlos/Alberto/Montaner/elpepuint/20100410elpepuint_11/Tes
viernes, 8 de octubre de 2010
Democracia de bufones (I)
(Publicado en El Telegrafo el viernes 8 de octubre de 2010)
Francisco Oliveira Silva ganó un puesto en el Congresso Nacional como diputado por el Estado de Sao Pablo en los comicios celebrados en octubre de este año. Ganó con más de 1.300.000 votos, el candidato más votado en el Sao Pablo y de los más votados en Brasil. Nuestras más sinceras felicitaciones. Su carrera en el ámbito político ha sido, descontando el tiempo que estuvo en campaña, nula. Sin embargo, y para la alegría de muchos, también es conocido como el payaso Tiririca quien, además de deleitar a miles de hogares brasileros con su fino humor, supo acuñar slogans publicitarios tan originales como: “quiero ayudar a los necesitados, incluida mi familia” o “conmigo no estarás peor que ahora”.
Sería injusto juzgar la capacidad de legislar del Diputado Oliveira por su condición de payaso. Cuántos más conocemos que son igualmente denominados, aunque sea por el argot popular. Y cuantos legisladores conocemos cuyas profesiones han sido únicamente complementos necesarios a sus actividades políticas: doctores, abogados, ingenieros, economistas, asesores de imagen, guerrilleros, corredores de maratón, actores de telenovela, cantantes de tecnocumbia, animadores de programas de concursos, árbitros de fútbol, goleadores del Mundial 94 (como recientemente lo fueron también Romario y Bebeto); y tantas otras más que reivindican la confianza que el pueblo tienen en sus políticos.
Y no creamos que es únicamente la irracionalidad latinoamericana, fruto de la inmadurez política, la que se deja llevar por las pasiones de la fama. Recordemos que desde el 2003 en el Estado de California, “Conan el Republicano”, más conocido como Arnold Schwarzenegger, es gobernador. Y, pese a tener un historial de grandes procesos democrático y una herencia parlamentarista y misionera, los Estados Unidos también eligió a un presidente que había sido actor y siete veces director del gremio de actores: Ronald Reagan. Como dato adicional, Reagan también fue gobernador de California. ¿Qué deparará el futuro para Arnold?
No estoy en contra de la socialización de las candidaturas. Total, vivimos en democracia y esta tiene como uno de sus valores la posibilidad teórica de que cualquiera de nosotros pueda llegar a ocupar algún día la silla del mandatario. Tampoco creo en la aristocracia política: hay veces que la falta de roce con la realidad limita la capacidad de gobernar. Pero siempre me ha quedado una inquietud: ¿Qué sabe Gerardo Morán, alias “El más querido del Ecuador”, sobre la creación de políticas públicas, financiamiento estatal, planeación legislativa o cabildeo? ¿Qué podría saber Francisco Oliveira Silva, alias Tiririca, acerca del arte de legislar, cuando, según un juez electoral brasilero, todavía está por comprobar si es o no analfabeta?
Estas preguntas también podrían realizarse, lastimosamente, a cualquiera de nuestros asambleístas. Todos aquellos asambleístas que se llenan la boca de democracia y la necesidad de trabajar por el país, deberían hacer un examen de conciencia y definir qué tan preparados están para cumplir con sus funciones como representantes de la voluntad popular, excluyendo aquella de calentar el puesto y faltar injustificadamente a las sesiones del pleno. Deberían recordar que no son más que funcionarios públicos, pagados por el pueblo ecuatoriano, y que por su condición de funcionarios públicos nos deben más que una cara bonita y un slogan pegajoso; nos deben eficiencia y competencia en la función que desempeñan.
Francisco Oliveira Silva ganó un puesto en el Congresso Nacional como diputado por el Estado de Sao Pablo en los comicios celebrados en octubre de este año. Ganó con más de 1.300.000 votos, el candidato más votado en el Sao Pablo y de los más votados en Brasil. Nuestras más sinceras felicitaciones. Su carrera en el ámbito político ha sido, descontando el tiempo que estuvo en campaña, nula. Sin embargo, y para la alegría de muchos, también es conocido como el payaso Tiririca quien, además de deleitar a miles de hogares brasileros con su fino humor, supo acuñar slogans publicitarios tan originales como: “quiero ayudar a los necesitados, incluida mi familia” o “conmigo no estarás peor que ahora”.
Sería injusto juzgar la capacidad de legislar del Diputado Oliveira por su condición de payaso. Cuántos más conocemos que son igualmente denominados, aunque sea por el argot popular. Y cuantos legisladores conocemos cuyas profesiones han sido únicamente complementos necesarios a sus actividades políticas: doctores, abogados, ingenieros, economistas, asesores de imagen, guerrilleros, corredores de maratón, actores de telenovela, cantantes de tecnocumbia, animadores de programas de concursos, árbitros de fútbol, goleadores del Mundial 94 (como recientemente lo fueron también Romario y Bebeto); y tantas otras más que reivindican la confianza que el pueblo tienen en sus políticos.
Y no creamos que es únicamente la irracionalidad latinoamericana, fruto de la inmadurez política, la que se deja llevar por las pasiones de la fama. Recordemos que desde el 2003 en el Estado de California, “Conan el Republicano”, más conocido como Arnold Schwarzenegger, es gobernador. Y, pese a tener un historial de grandes procesos democrático y una herencia parlamentarista y misionera, los Estados Unidos también eligió a un presidente que había sido actor y siete veces director del gremio de actores: Ronald Reagan. Como dato adicional, Reagan también fue gobernador de California. ¿Qué deparará el futuro para Arnold?
No estoy en contra de la socialización de las candidaturas. Total, vivimos en democracia y esta tiene como uno de sus valores la posibilidad teórica de que cualquiera de nosotros pueda llegar a ocupar algún día la silla del mandatario. Tampoco creo en la aristocracia política: hay veces que la falta de roce con la realidad limita la capacidad de gobernar. Pero siempre me ha quedado una inquietud: ¿Qué sabe Gerardo Morán, alias “El más querido del Ecuador”, sobre la creación de políticas públicas, financiamiento estatal, planeación legislativa o cabildeo? ¿Qué podría saber Francisco Oliveira Silva, alias Tiririca, acerca del arte de legislar, cuando, según un juez electoral brasilero, todavía está por comprobar si es o no analfabeta?
Estas preguntas también podrían realizarse, lastimosamente, a cualquiera de nuestros asambleístas. Todos aquellos asambleístas que se llenan la boca de democracia y la necesidad de trabajar por el país, deberían hacer un examen de conciencia y definir qué tan preparados están para cumplir con sus funciones como representantes de la voluntad popular, excluyendo aquella de calentar el puesto y faltar injustificadamente a las sesiones del pleno. Deberían recordar que no son más que funcionarios públicos, pagados por el pueblo ecuatoriano, y que por su condición de funcionarios públicos nos deben más que una cara bonita y un slogan pegajoso; nos deben eficiencia y competencia en la función que desempeñan.
domingo, 3 de octubre de 2010
Y vuelve el fracaso
(Publicado en El Telégrafo, 3 de octubre de 2010)
En julio de este año, el presidente Obama, junto con su secretaria de Estado Hillary Clinton, anunció que las conversaciones de paz entre Israel y Palestina estarán exitosamente finalizadas para antes del término de su primer mandato. En un ambiente de incredulidad e ironía, comenzaron los primeros acercamientos de los Estados Unidos hacia ambos países. Demostrando el poco entusiasmo característico de estas negociaciones, Palestina e Israel se comprometieron con cautela y bajo un intenso trabajo diplomático por parte de Hillary Clinton y su staff de asesores (comandados por Jeffrey Feltman). Estamos en la víspera de este nuevo acercamiento “histórico” que podrá resolver uno de los tantos conflictos de Medio Oriente.
“(...) milagros no se avizoran en el
futuro de las relaciones Israel-Palestina”
En este panorama, de por sí poco alentador, la moratoria de diez meses que tuvo Israel para abstenerse de poblar ciertos asentamientos en la Franja de Gaza concluyó hace pocos días. Israel ya comenzó a repoblar aquella zona. Esto, pese a las amenazas del presidente de los territorios palestinos, Mahmoud Abbas, de retirarse de las negociaciones si no existía una prolongación a la moratoria y, por supuesto, sumadas las declaraciones de decepción de las Naciones Unidas. Sin embargo, aunque el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, dijo no tener intención de detener las construcciones, ciertos miembros del Gobierno han sugerido un posible acuerdo.
Pero más allá de cualquier posibilidad de acercamiento y más allá del circo diplomático que ha surgido de esta situación, este intento del presidente Obama de poner a los EE.UU. una vez más como los mediadores del mundo, podría resultar contraproducente. Encontramos en la palestra internacional a un Benjamin Netanyahu quien fue elegido por el Likud1 para fortalecer la postura israelí frente al Hamas, y no para dividir Israel y permitir la unificación de un posible Estado Palestino; un Mahmoud Abbas sin verdaderas herramientas de negociación y sin autoridad real sobre los territorios palestinos en la Franja de Gaza; y un Obama con una popularidad en picada comandando un país corroído internacionalmente por sus malas decisiones.
Pero más allá del fracaso que vislumbran los acontecimientos recientes, son las repercusiones de otro intento fallido lo que se muestra más perjudicial.
Una nueva frustración internacional podría llevar a un desentendimiento total de ambas partes por llegar a un acuerdo de paz, parcial o duradera, que podría alargarse hasta que las tendencias políticas de estos países cambien. Podría significar la radicalización de Israel y Palestina en sus relaciones exteriores, anulando cualquier posibilidad de reconciliación y aumentando los enfrentamientos armados entre el Ejército de Israel y el Hamas. Sería una justificación moral del primer ministro Netanyahu ante la comunidad internacional y una patente de corso para que israelitas continúen con los asentamientos de poblados en la Franja de Gaza y para que Hamas continúe enviando cohetes Katiuska al sur de Israel.
En las relaciones internacionales se han visto milagros. Hace treinta años nadie se imaginaría que Alemania, Francia y el resto de Europa entrarían en un agresivo proceso de integración. Y sin embargo, pese a su cercanía con Tierra Santa, milagros no se avizoran en el futuro de las relaciones Israel-Palestina. A lo mejor es precisamente la Tierra Santa que genera tanto conflicto. O a lo mejor es la osadía de una presidente que pretende solucionar en dos años un conflicto que tiene milenios. O puede ser una lucha que a traviesa lo ideológico y político. Cualquiera que sea la razón, este nuevo acercamiento debe ser manejado con pinzas y mientras el mundo está expectante por la vuelta del fracaso, alea jacta est.
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