(Publicado en El Telégrafo el 29 de octubre del 2010)
Mi decisión, mi acto voluntario y declarativo, subjetivo y parcial, es creerle al Presidente. Es creer que un secuestro no es únicamente aquellos magníficos montajes que se ven en la televisión. Es creer que usar las armas para atacar al representante de lo que has jurado proteger (y por lo cual te pagan) es, por usar términos extremadamente livianos, inadecuado. Es creer más en los hechos y menos en la especulación. Es creer que los medios, subjetivos, parciales, viscerales y libres de opinar, no tienen la verdad, tienen su verdad. Es creer que el 30 de septiembre fue más que un confuso enfrentamiento policial. Es creer más en una autoridad democráticamente elegida que en un corresponsal del Washington Post, que se encontraba en Washington y es republicano. Es creer en las perforaciones de balas, en el audio de la Central de Radio Patrulla, en las imágenes de policías iracundos, en los muertos. Esa es mi decisión: respetuosa, intransferible, imperfecta, pero mía.
Mi decisión también es creer en la libertad de prensa, y que esa libertad, que debe ser ejercida con responsabilidad como todas las libertades, puede ser, y es, usada para atacar al Presidente, quien ha “cuarteado la libertad de prensa”. Es mi decisión creer en las contradicciones. Es mi decisión creer que no hay prensa independiente, porque todos somos esclavos de nuestras decisiones. Es mi decisión pensar que ciertos sectores de la prensa representan la inconformidad de un grupo social, en su pleno derecho de hacerlo, pero que este grupo social es muy reducido. Es mi decisión dejar de leer al señor Palacio o al señor Gómez Lecaro (o El Universo en general), porque siempre hablan de lo mismo, con el mismo cinismo y la misma irracionalidad; es mi decisión pensar que alguna vez debieron acertar en sus divagaciones, pero fue mi decisión, hace mucho tiempo, dejar de leerlos. Es mi decisión estar de acuerdo con el señor Guido Calderón, colega columnista, cuando opina “que la prensa independiente está abatida hasta la médula, ya que no la dejaron conducir el golpe de Estado como en otras ocasiones”. Y es mi decisión pensar que un medio de comunicación sí es un negocio, al igual que un hospital o un colegio, pero que en este Ecuador no existe una ética del comerciante.
Es mi decisión esperar más de la oposición. Es mi decisión esperar más de los asambleístas, de los ministros, del Presidente. Es mi decisión esperar más de los medios de comunicación, de la industria, de los movimientos sociales, de los partidos políticos, de las ONG, del clero, de la administración pública y de los programas de farándula. Es mi decisión exigir más de mí, porque un país no se construye desde la mediocridad.
Es mi decisión creer que, para lograr un cambio, aquello que tanto hemos anhelado por tanto tiempo, se deben cambiar las relaciones de poder. Mi decisión es pensar que siempre hay quienes ejercen una dominación dentro de la organización del Estado, pero que este no puede ser ni único, ni perpetuo, ni egoísta, ni haberse equivocado tanto en buscar la concordancia entre el interés personal y el colectivo. Es mi decisión pensar que el Gobierno no es únicamente el Presidente, y la Revolución Ciudadana no es únicamente un eslogan. Es mi decisión pensar que este sí es un gobierno de cambio. Es mi decisión pensar que es un gobierno imperfecto, pero también es un gobierno humano. Es mi decisión pensar que se ha acertado y se ha errado. Es mi decisión criticar lo errado, pero también es mi decisión quedarme con lo bueno.
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