viernes, 22 de octubre de 2010

Democracia de bufones (II)

(Artículo publicado en El Telégrafo el 22 de octubre del 2010)

En su Política, Aristóteles concluye que “se puede ser buen ciudadano sin poseer la virtud por la cual el hombre es bueno”. Yo estoy convencido de la bondad del hombre, ya sea que nazca de la naturaleza, de la religiosidad, del afán de supervivencia, del temor o de un contrato social. ¿Son todos los hombres buenos? No. Es difícil, sin embargo, encontrar ese enemigo público odiado hasta por la madre. No así de los ciudadanos. No así de un comprometimiento con la vida dentro de la cosa pública. La participación activa ha sido una tarea, desde siempre, recomendada para el otro y el otro nunca es bueno. Y no hablo de la nueva participación tecnocratizada que se hace desde los ensayos de escritorio, las abstracciones metafísicas y las añoranzas por lo bueno que fue; hablo de una participación comprometida y consciente dentro del proceso de democratización de Estado, hablo de una militancia activa, no compuesta únicamente por los viejos caudillos políticos, los dirigentes gremiales y los oportunistas, sino determinada por cada uno de los ciudadanos. Militancia que no debe ser entendida exclusivamente como un asiento de elección pública; militancia que debe ser desde todo grupo social a manera de control y veeduría, de una crítica cavilada, y no de refunfuñería de sobremesa.
El problema es la tergiversación de la política. Más allá de la politiquería y el circo mediático en que algunos de nuestros gobernantes han convertido a las instituciones públicas, más allá de los bufones televisados y los entrevistados populares, más allá del chisme y la mala fe; la política como ciencia y destreza, la política como mediación y resolución, la política como ideología y pragmatismo, la política como arte ha perdido aquel valor innato que posee una necesidad humana. La política es ahora una mezcla perversa entre corrupción y malos hábitos. Se cree que hacer política es demandar que se cumplan nuestras peticiones so pena de paro. Se cree que política es desautorizar por un afán de oposición. Se cree que política es un insulto y una piedra. Se cree que política es de malos y no de inteligentes. Ha muerto de indiferencia el animal político.
Los estudiantes universitarios están más interesados en un mundo “marketingerizado” y en el Santo Grial del dinero fácil, que en las instancias que gobiernan su país. Ya no existe aquella reverencia de antaño por los cargos públicos (justificado por los personajes que han acompañado a esas curules).
¿Por qué los jóvenes están más seducidos por las Ciencias Empresariales, por la Administración de Empresas, por el Marketing y por la televisión que por las Ciencias Políticas? ¿Será acaso la memoria colectiva de insultos aplaudidos y de vicios masculinos? ¿Serán las tarimas, las camisetas, las casas de caña con paredes pintadas de Vote todo? ¿Serán las coimas, los excesos, el amarre, el nepotismo? ¿O será una vida entera de escuchar que nuestra política es una porquería? ¿Será la comodidad de la crítica sin acción? ¿Será la facilidad de un voto en blanco, de un periódico maldecido y de una vida de espectador?

Como asegura mi amigo Harry Dorn, hoy en día lo importante es el celular, el auto, la computadora, y, por supuesto, la moda, retrocediendo con pasos agigantados a la época del Homo faber en detrimento del Homo sapiens. No es suficiente estremecerse ante una democracia de bufones. Debemos ser buenos ciudadanos, además de buenas personas. Debemos demandar de nuestros representantes ser buenos ciudadanos. Así como exigimos calidad en nuestra educación, salud, transporte, exijamos calidad de los asambleístas, ministros, alcaldes, jueces y presidentes. Debemos revivir el animal político, aún más si queremos ser también parte de la solución. Debemos recordar las palabras de John Adams cuando decía: “Yo estudio política […] para que mis hijos tengan la libertad de estudiar matemáticas y filosofía”.

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