viernes, 28 de enero de 2011

Siempre tan lejos




(Artículo publicado en El Telégrafo el 28 de enero del 2011)
Es una constante. Negocian, ya sea en Camp David o en Annapolis o en Génova, posan para la foto junto a un mediador y todo acuerdo fracasa; siempre tan cerca, siempre tan lejos. Las excusas con una fórmula reiterativa: si no hubiera sido asesinado Itzak Rabin, si no estuviera Yasser Arafat, si todavía estuviera Yasser Arafat, si Ehud Olmert hubiera tenido el tiempo necesario. El conflicto árabe-israelí parece, hasta cierto punto, una tomadura de pelo. ¿Qué se está esperando para que se resuelva? ¿La desintegración de Palestina? ¿La desintegración de Israel? ¿Un fallo de las Naciones Unidas? ¿Un diálogo abierto? ¿La cesión de Jerusalén? ¿La cesión de Gaza? ¿Un verdadero plan de desconexión? ¿Un verdadero cese al fuego? ¿La desarticulación de Hamas? ¿La humanización del Ejército israelí?

Históricamente, no ha existido un Primer Ministro más abierto al diálogo en la historia del conflicto, tomando en cuenta que solo han existido dos, que Mahmoud Abbas. El primer ministro Abbas ha manifestado la necesidad de un acuerdo para Gaza (como si fuera un propagandista israelí) y la constante y perpetua determinación por llegar a un acuerdo efectivo de paz. La ciudad vieja ya no está bajo exclusivo control árabe, muchos de los territorios acordados palestinos según los bordes de 1967, han sido ocupados por asentamientos judíos, los ataques terroristas desde territorio palestino han disminuido notablemente (si acaso han cesado). Es una oportunidad dorada. Pero ni Netanyahu ni Livni parecen estar dispuestos a cerrar un acuerdo de paz. ¿Qué más quieren? ¿Una Palestina reducida a una ciudad? ¿Que Hatikva sea su himno?

Sería, lamentablemente, absurdo pensar en un Estado palestino con fronteras y espacio aéreo totalmente abiertos. Sería condenar al Estado de Israel. Pero también resulta absurdo pasar por alto la miseria que vive el pueblo palestino en Gaza, la necesidad imperiosa de un palestino por entrar a su tierra. La desocupación de los territorios palestinos por parte de los colonos israelíes supondría un problema para Israel (a la vez que un alivio). La confinación del pueblo palestino también lo supone. 
“El conflicto árabe-israelí parece,
 hasta cierto punto, una tomadura de pelo...”
¿Dónde encontramos la solución? ¿Dónde encontramos un punto que trascienda la conversación, el diálogo, el documento firmado y la pose para el periódico? ¿Dónde está la salida para un conflicto cuyos mayores adeudos son las familias palestinas e israelíes que han visto a sus hijos y padres por última vez envueltos en una sábana?

 Todo recae en la voluntad. ¿Existe la voluntad por parte de Palestina? ¿Cederá algún día Israel? ¿Cuándo llegará un mediador más influyente que Obama? Puede que la solución esté en manos de la comunidad internacional. No hablo de la Liga Árabe y su solución: desaparecer al Estado de Israel. Hablo de la otra comunidad internacional. De aquella que votó a favor de la creación de un Estado judío en 1948, pero que a su vez dividió a los entonces territorios de ocupación británica en dos Estados; no en un gran Estado y lo que le falta por conquistar. Esa comunidad internacional, liderada por Brasil, que favorece y apoya la creación de un Estado palestino. Apoyo que no puede ser limitado a una declaración, apoyo que debe ser proactivo, resolutorio, propositivo.

 En esta disputa no hay inocentes activos. Inocentes los hay, pero son considerados daños colaterales, por ambos lados. Israel fue creado por determinación. Las soluciones fueron creadas en la marcha. La única manera que Palestina se convertirá en Estado es bajo esa misma determinación. ¿Podrá Abbas convertirse en un Herzl palestino? Se están dando los primeros pasos, pero tantas veces  se han dado. Tanto la Tanaj como el Corán invitan a la sumisión, la sumisión ante un dios que les mandó, por sobre todas las cosas,  amar a su prójimo como a uno mismo.

sábado, 22 de enero de 2011

Una oportunidad para confiar

(Artículo publicado en El Telégrafo el viernes 21 de enero de 2011)
La respuesta por parte de la oposición es evidente: la nueva consulta popular es un mecanismo populista destinado a la concentración del poder, al abuso de la democracia y a mantener una alta popularidad. Escuché a Osvaldo Hurtado decir en una entrevista, que la “culpa” de la “situación política autoritaria” en la que vivimos es del 80% de los ecuatorianos que votamos a favor en las dos primeras consultas populares. También he escuchado comentarios sobre la incapacidad de los ciudadanos para discernir y evaluar las preguntas y el trasfondo político/legal de los planteamientos de de la consulta popular. Que las preguntas deben ser sometidas a un largo estudio y debate y que los resultados simplemente reflejarán la popularidad del Presidente. Son comentarios de personas que, sin haber sometido las preguntas de la consulta a un largo estudio y debate, descartan el proceso enteramente.
                Los mecanismos de participación directa no deben ser vistos como manipulaciones populistas. En un país que todavía carece de institucionalidad, donde la fórmula representativa, aún en pañales, no ha representado efectivamente lo intereses de la sociedad civil, donde resulta utópico pensar en políticas de Estado más que en políticas de gobierno, los mecanismos de democracia directa resultan una alternativa para sortear la histórica inoperancia y visceralidad del aparato político. ¿No fue a través de consulta popular que se aprobó el Plan Decenal de Educación? Un gran articulista de El Comercio, Alfredo Negrete, escribió refiriéndose a la consulta: “En su sano juicio cualquier ciudadano le será  imposible decir que no está de acuerdo con temas obvios y racionales”. Si estos temas son obvios y racionales, ¿por qué, entonces, no son parte del quehacer social? ¿Por qué en los treinta años de supuesta democracia, no se han buscado los mecanismos representativos para implementar lo obvio y racional?
                Para ciertos sectores de la oposición, la consulta es la manera en que el gobierno puede crear situaciones legales para concentrar el poder. Esta visión resulta macabra. Osvaldo Hurtado inició un proceso de sucretización que sirvió para la concentración del poder, sin consulta popular. Sixto Durán-Ballén inició un proceso de neoliberalización que sirvió para la concentración del poder, sin consulta popular. Jamil Mahuad inició un proceso de dolarización que sirvió para la concentración del poder, sin consulta popular. Con esto no quiero decir que un voto favorable a través de consulta popular es patente de corso para el gobierno. Es, si acaso, una mayor responsabilidad ante la ciudadanía. Tampoco estoy de acuerdo con la tesis en que una aprobación de las preguntas de la consulta generaría una concentración de poder. Tampoco creo que se deba votar en plancha.
                Lo que debemos es confiar en alguien. Puede que los ciudadanos decidan confiar en un gobierno que, con sus virtudes y defectos, ha trabajado por la construcción de un proyecto democrático de país, estemos o no de acuerdos en que el proyecto sea el adecuado. Si no lo hacen, el gobierno deberá buscar los mecanismos estatales en los cuales si estamos de acuerdo, en los cuales si confiamos. A la final, si la tesis del gobierno es aprobada, seguramente Osvaldo Hurtado volverá a decir que la “culpa” es de la ciudadanía. Si es aprobada, un grupo de la oposición asegurará que hubo manipulación política, que los ciudadanos no somos aptos para tomar estas decisiones, que los que votaron a favor de la tesis gubernista son borregos. Yo veré estos comentarios como el ejercicio pleno de la libertad de expresión y veré los resultados de la consulta, a favor o en contra, como un compromiso del gobierno con la sociedad.        

viernes, 14 de enero de 2011

Conductores Suicidas

(Artículo publicado en El Telégrafo el 14 de enero de 2011)
Parte de la rutina periodística es dedicar un espacio especial, todos los días con evidente énfasis los fines de semana y feriados, a los accidentes de tránsito. 

Son escandalosos, son llamativos, son mortales y, sobre todo lo anterior, son frecuentes. Son, también, una lástima. Son una lástima porque, además, la historia de las trágicas víctimas suele quedar en una fría cifra, una foto desoladora, un bus volcado que carecía de las más elementales normas de seguridad y, por supuesto, un chofer fugado. Tomando  en cuenta la cantidad de accidentes y, por ende, de choferes fugados, me asombra la abundancia de profesionales que todavía pueblan nuestras calles. Profesionales que no parecen tener las nociones básicas de urbanidad, de conducción, de decencia. Profesionales que no parecen ser conscientes de la responsabilidad de llevar otras vidas y de los potenciales riesgos que comprende manejar un vehículo más grande y pesado a altas velocidades.  
    
Con todo, parece excesiva la sanción impuesta a la transportista Reina del Camino. Carece de proporcionalidad. Deberían, en ese caso, cerrar a todas las compañías de transportes que infrinjan la ley de tránsito. Es decir, a todas. Deberían, a lo mejor, sancionar al conductor que fue el causante  del accidente. La evidente queja de los directivos de la cooperativa  es que no pueden ser juzgados por la negligencia de uno de sus miembros. Seguramente los que no piensan de esta manera son los afectados, los que nunca verán una indemnización, los que seguramente nunca vuelvan a ver al chofer, los que se suben a un bus rezando porque lleguen a su destino, los que confiaron, de una manera u otra, en la pericia del conductor y en el nombre de la compañía. 

¿La anulación de la frecuencia de la cooperativa Reina del Camino deberá ser tomada como una advertencia o como un nuevo modo de actuar del Consejo Nacional de Tránsito? ¿Es la solución a los problemas viales o es simplemente una buena oportunidad para que venga otro y haga lo mismo? ¿Cómo debe darse la reestructuración del transporte público? ¿Sanciones más fuertes, capacitación continua, menos frecuencias? 
“Deben entender que lo más importante
 es  llegar, no llegar rápido, (...) no llegar lamentando”
Es indignante ver la manera en que los choferes, la mayoría de ellos, se manejan en las vías. Son agresivos, irrespetuosos, irresponsables, creen que son los únicos y los más importantes, creen que es una carrera que se debe ganar, creen que es coherente dejar pasajeros en mitad de la vía, en cualquiera de sus carriles, creen que competir entre ellos los hace mejores, creen que maquillar los problemas de sus vehículos o sobornar a un funcionario para pasar la revisión va a hacer que aquellos males desaparezcan. Lastimosamente no lo hacen. Y resulta demasiado obvia la contaminación producida por los buses, el desgaste de sus llantas y la abundancia de pasajeros que se abarrotan dentro de estos vehículos que “temen” respetar una señal de tránsito. 

 La reestructuración, por ende, debe ser integral. La cooperativa Reina del Camino sí debe ser sancionada. Y duramente. Es su obligación tener un control sobre los vehículos que circulan bajo su nombre. Sin embargo, si son conductores los que dirigen estas compañías, seguramente no logran comprender las graves faltas y riesgos productos de la negligencia. La reestructuración debe ser de formación. Una formación, una educación que recuerde que los controles son por seguridad, no por cumplir un proceso burocrático destinado a sacarles plata. Deben entender que lo más importante es llegar, no llegar rápido, no llegar sobrecargado, no llegar lamentando. Si la reestructuración queda en lo legal (en la baja de puntos, en las severas sanciones, en la efectiva aplicación de estas), pronto terminaremos sin transporte público. ¿A lo mejor la solución?

viernes, 7 de enero de 2011

(Mal)citando al Vicepresidente


(Artìculo publicado en El Telégrafo el 7 de enero de 2011)

En una coherente entrevista en Radio Quito, el vicepresidente Lenín Moreno se expuso conciliador y amante de la libertad. Una entrevista que produjo respuestas sinceras a preguntas complicadas. Muchas de las cuales comparto, otras que me parecen discutibles. Son posturas que pueden y deben ser debatidas, al igual que las posturas del Presidente, de los asambleístas, de los periodistas. El Vicepresidente habló, entre otras cosas, de la libertad de expresión y su visión de cómo debe ser tratado este derecho inherente del ser humano, como también debe ser regulado (mas no censurado). “Preferiría la instancia de un poco excesiva libertad a que no haya ninguna”, sirvió como corolario de su posición sobre la expresión.
La postura del Vicepresidente es, a mi parecer, la adecuada. Como lector me encuentro con decenas de articulistas de opinión que, dependiendo del periódico, van desde el cinismo irrespetuoso hasta la crítica ponderada y constructiva. Dentro de mi libertad de elegir, elijo tomar cada uno de estos editoriales como una puerta abierta al debate, no como verdades irrefutables ni como axiomas políticos. Prefiero, yo también, que esta crítica, siempre propuesta desde la buena fe y la verdad y nunca desde la calumnia ni desde la especulación maliciosa, continúe abarrotando los puestos de periódicos y revistas. Son un termómetro, la expresión del inconforme, como todos lo fuimos alguna vez. Prefiero escuchar que vivimos en un país donde se puede calificar al Presidente de “antidemocrático” o que el mismo debe dedicarse “a recorrer la gastronomía del país”, más allá que sienta que eso no es periodismo y es un abuso de la libertad de expresión, a un país donde el mutis sea la causa.
Pero el colofón de esta idea debe ser “un poco excesiva libertad”. Un poco. No un país manejado por la tergiversación. No un país manejado por la verdad de un sector. No un país donde, por el afán de oposición o gobernalismo, se pueden estrechar las fronteras de lo real y racional; donde la veracidad sea el baluarte de donde nace toda crítica y toda opinión. No un país donde sean los medios los que derrocan y posesionan presidentes. Una instancia donde puede conocer una línea editorial, una postura política, y no seguir apadrinando “defensores de la libertad de expresión: objetivos e imparciales”, especialmente cuando esto no se evidencia en la práctica. Una instancia donde sea bueno tanto por apoyar como por no apoyar, una instancia donde mi nombre no se vea manchado por calumnias que vengan de la visceralidad. Una instancia donde los medios de comunicación, todos ellos, sean transparentes en sus aspiraciones, sean estas lucrar o comunicar, y que la mojigatería deje de ser la barrera que nos separa entre el comentario y mesianismo editorial.
“Pero ya que hemos puesto en la palestra del debate la libertad de expresión y la Ley de Comunicación, pues mejor racionalicémosla”, continúa el Vicepresidente. También habla sobre la necesidad de medios de comunicación responsables, aunque sean “acérrimos antigobiernistas”; una prensa profesional, que mantenga “la sensación de frescura en el ambiente”. No medios que (mal)citen al Vicepresidente olvidando que él aboga por un poco de excesiva libertad, no excesiva libertad a secas. No está de acuerdo con una instancia de libertinaje (como alguna vez lo propuso la vicepresidenta Rosalía Arteaga), y creo que se inclina más por una responsabilidad mediática antes que por una dictadura mediática. Y aunque “muchas veces puede salir este comportamiento desde el Gobierno” (como afirma el Vicepresidente), este proceso de construcción de país, un país en busca de un desarrollo integral, la pulida debe venir de ambas partes. La carrera no debe ser por saber quién tiene la razón, la carrera debe ser por la construcción de país. A veces, no basta con quedarse en la palabra.

viernes, 31 de diciembre de 2010

Lo importante es el 2011



(Artículo publicado en el diario El Telégrafo el 31 de diciembre de 2010)


Ahora lo importante es el 2011. El balance general del 2010 está; será debatido, discutido, algunos trabajos de investigación serán publicados y los analistas políticos se romperán la cabeza intentando explicar por qué no acertaron la mayor parte del año. Lo urgente es trabajar por mejorar los puntos más sensibles de una sociedad hambrienta de desarrollo, deseosa de un 2011 enfocado en ella, no en la liturgia política de los canales de televisión y sus programas de entrevista que no terminan por resolver el problema. Un 2011, no de bonanza, sino de trabajo, de dedicación y esfuerzo, de la construcción de un país equitativo, justo, libre y autocrítico. Una construcción que no puede venir únicamente desde el Gobierno, o desde los empresarios, o desde los medios de comunicación; una construcción que debe venir desde lo personal, desde una mentalidad alejada del derrotismo, desde una convicción inmutable de superación. 

Sin duda que el 2011 tiene que velar por la seguridad. Una política de seguridad que debe ser integral. Un reto para el nuevo ministro cuya meta debe ser la reestructuración del modus operandi de la Policía. Buscamos una Policía activa, que actúe de oficio; no únicamente una Policía armada. Que no sea necesario llegar penando por el robo del vehículo, del celular, del ataque con arma blanca, del secuestro exprés de un familiar a la Policía judicial para que los efectivos tengan la gentileza de tomarle los datos a uno y que, considerando su famosa cordialidad, concluyan: “Agradezca que no lo mataron”. Un cuerpo policial que sepa aprovechar su entorno científico-académico: que existan más policías y menos uniformados. Y esto debe ser complementado, no solo con leyes efectivas, sino con jueces diligentes y un sistema carcelario propicio. Resulta imposible solucionar el problema en un año; los cambios estructurales deben ser entendidos como procesos. Pero ciertamente todo largo camino comienza con un pequeño paso. 

 El 2011 tiene que buscar mayor justicia en la distribución. Se han hecho expresas las condenas de los sectores empresariales sobre la situación económica del país. Y, sin embargo, es fácil encontrar manzanas con varios proyectos de construcción de lujo. O fue más que evidente el abarrotamiento de los centros comerciales en Navidad. Incluso se están promulgando aranceles para que se disminuya la compra de vehículos importados y solucionar el tema de tráfico en algunas ciudades. El dinero existe. Cómo llega debe ser motivo de investigación, al igual que lo debe ser la manera en que está siendo distribuida esta riqueza. Debemos ser cautos en la forma en que se crean burbujas locales y aprender a medir el bienestar, no únicamente desde la acumulación de riqueza, sino también desde un desarrollo personal sustentado en educación, en salud, en vivienda, en alimentación, en cultura y en espíritu. 

Se debe más agilidad en lo cotidiano: en el trámite, en la diligencia, en el papeleo. Debe existir una modernización también en el proceso. La burocracia debe sentirse más eficiente, más oficiosa. El oficio no puede seguir siendo una odisea entre ventanillas y servidores públicos mal encarados. No podemos seguir viviendo en el país de las firmas del funcionario que “salió un ratito” y “ya mismo ha de volver de almorzar”. 

Por su parte, la oposición deberá seguir en lo suyo. Es indispensable un contrapeso en la democracia y, para bien o para mal, este seguirá siendo el papel de la oposición. Una oposición que debe pulir sus prácticas viscerales para eventualmente llegar a un proceso político verdadero. 

Con  todo  esto debemos esperar, por sobre todas las cosas, que finalmente Barcelona  pueda  ser campeón. 

¡Feliz año 2011!

miércoles, 22 de diciembre de 2010

El tamborilero que llevo dentro


(Artículo a ser publicado en El Telégrafo el viernes 24 de diciembre de 2010)

No necesitamos amotinarnos sobre el último vestigio de felicidad fingida de una percha diezmada. No necesitamos hacer largas fila, descocer la billetera, desquiciarnos por lo que creemos indispensable y es solo un capricho pueril. No necesitamos sentarnos en las piernas de Papá Noel, comprar un árbol, abarrotarlo de luces y de paso el resto de la manzana. No necesitamos buscar la perfección en el detalle más lujoso de una opulenta cena navideña. No necesitamos comparar etiquetas, precios, tiendas, pavos, roles de pago. No necesitamos vivir deshechos de mall en mall, de novena en novena, de amigo secreto en amigo secreto, de oferta en oferta, de compromiso en compromiso. No necesitamos llevar ni oro, ni mirra, ni incienso; porque basta llenar un humilde zurrón. No necesitamos llevar ni coronas, ni tronos, ni cetros; porque basta un humilde tambor y una adoración de corazón.
                Es importante recordar que Él no nació en un palacio. Él nació en un pesebre. Él, pudiendo tenerlo todo, prefirió ser nadie. Él vino a servir, no a ser servido. Él se humilló, se desacomodó, nació para morir. ¿Cuántos nacen para morir como Él? ¿Cuántos nacen en el olvido, cuántos nacen de la miseria? Él vino por ellos y por los que los tienen así, por los discriminados y los discriminadores, y por ti y por mí. Y por la misma razón, Él murió. 
                El mejor regalo de la Navidad no se puede encontrar en los pasillos de un supermercado. El mejor regalo de la Navidad no está debajo de un árbol, no está en un Canasta Navideña, no está en el rompope y las botellas que lo sigan, no está en una limosna altiva, no está en la cantidad de novenas a las que asistamos ni en la cantidad de prédicas que escuchemos. Está adentro de nosotros. Está en recordar lo que celebramos. Recordar que Él ve la intención de nuestro corazón y no el tamaño de nuestras dádivas. Recordar el regalo de gracia y de verdad. Recordar el nacimiento del verbo. Recordar que ese verbo es amar.
                Porque Él no sólo debería ser fuente de vida para cristianos, sino también debería ser ejemplo para ateos y agnósticos. Porque fue un pastor baptista quién dijo: “Creo que la verdad desarmada y el amor incondicional tendrán la última palabra en la realidad. Esa es la razón por la cual el derecho, temporalmente derrotado, es más fuerte que el mal triunfante”. Porque esa debe ser la esencia y el espíritu de la Natividad. Porque no podemos contagiarnos por una amnesia materialista ni por un prejuicio radicalizado.
                “Donde está tu corazón, ahí está tu tesoro”, y nuestro tesoro no puede ser la superficialidad, nuestro tesoro no puede ser un canto vacío, nuestro tesoro no puede ser una cuenta bancaria o un puesto de trabajo, nuestro tesoro no puede ser un par de tragos con los amigos, nuestro tesoro no puede ser un rezo, una plegaria, una liturgia, una oración, una bendición que comience en los labios. Nuestro tesoro debe nacer en aquel por el cual estamos reunidos hoy. No debe haber más motivos.
                Que hoy no sea la celebración de un nacimiento. Que hoy sea la celebración de un renacimiento dentro de nosotros. Que hoy nos reconstruyamos desde la humildad del que nace rey sobre paja.  Que hoy entonemos una alabanza que suene como el ronco acento de un viejo tambor, que suene como un canto de amor. Que Dios nos vea gozosos ante Él y sonría. Ropoponpon… ropoponpon…

viernes, 17 de diciembre de 2010

Cogito, ergo Facebook


(Artículo publicado en El Telégrafo el 17 de diciembre de 2010)

Entre los candidatos para ganar el Man of the year de la revista Times estaban, por supuesto, Julian Assange (el George Orwell posmoderno), Lady Gaga, Barack Obama y Sarah Palin (y toda su Tea Party). Ganó el creador del tercer país más poblado del mundo: Marc Zuckerberg. Zuckerberg es el autor de un monstruo social valorado en más de $6 mil millones: Facebook. Fue el encargado de masificar la información, la vida personal; acelerar la vida un poco más, determinar la razón de existir de muchos; reducir el mundo a un comentario de estado, juzgar positivamente todo, sugerir nuestros deseos. Fue el encargado de redefinir los términos de privacidad, los comportamientos sociales, el marketing político, el merchandising. Se transformó de una herramienta de distracción, de dilación inclusive, a un modus vivendi. Ya no pensamos para luego vivir únicamente, ahora pensamos para vivir en Facebook.

Cabe recalcar que la revista Times define el Personaje del Año como una persona que influyó más, para bien o para mal, en los eventos del año. Para bien o para mal. Y esto resulta difícil de ponderar. Al fin, Facebook es únicamente una herramienta, como lo son el e-mail, el chat, Google, Wikipedia, una pistola. El fin de esta herramienta es la conectividad, una interrelación personal y digital de aquellos que no pueden hacerla directa y constantemente. Un espacio abierto para compartir, para proyectarse, no desde el anonimato, sino desde la franqueza inmensurable que viene de lo personal. Al momento de actualizar tu perfil, de colgar una foto, de comentar un estado, el internauta se confronta exclusivamente con la titilante pantalla de su computador. La presión social de pertenecer se dilata con los escandalosos números de amigos: ya perteneces; y la urgencia de preverse, aunque fuera de la manera más trivial, se plausible cuando sabes que pronto tu estado, de todas maneras, cambiará. De alguna manera, Facebook nos ha llevado a trivializar nuestras emociones. No existe mayor sentimiento que el “Me gusta”, ni mejor representación de tus convicciones que “X te sugiere que te guste…”.

No soy un aberrado tecnológico ni escapo de mi propia crítica. Yo también tengo una cuenta de Facebook. Al igual que mi esposa, todos mis amigos (los 283 que contabilizó Facebook), y otras 550 millones de personas en el mundo. Yo también he comentado una foto y otorgado el eventual “Me gusta”. Pero mis estados de ánimo no giran alrededor de una pantalla blanca y azul. Mis vivencias no son constante y perpetuamente catalogadas en mi muro. No así las vivencias de muchas personas que conozco. El otro día, en un aula, una compañera se pasó una hora y media (de clase) navegando exclusivamente por su Facebook. Y si no es a través de las computadoras, su BlackBerry servirá para el mismo propósito. Tantos comentarios sobre la vida, tan pocas vivencias. Me pregunto de dónde salen tantas experiencias cuando la mayor parte de su tiempo la dedica precisamente al Facebook. Y este parece ser el nuevo modus operandi de muchas personas.

El anonimato se ha perdido. Los voyeurs digitales, las personalidades múltiples, la personificación de lo que quisiéramos ser se han perdido. También nuestra privacidad. Ahora nos mostramos más reales. Pero nos mostramos también más superficiales, más triviales, más pueriles. La filosofía innata del interactuar humano se ha perdido de a poco. Y se seguirá perdiendo. Muchos de los comentarios sobre la nominación de Zuckerberg eran negativos. ¿Cómo no ganó Assange? Muchos de estos comentarios fueron hechos desde un perfil de Facebook.