La efervescencia global ante la “eminente pandemia” es una tónica que ha caracterizado situaciones similares que han invadido la aparente tranquilidad mundial. En el 2002 y 2003, el famoso virus SARS infectó y se proliferó por Asia. Fueron meses de incertidumbre, preocupación y paranoia que vimos de lejos, en Latino América, por la aparente distancia que hay entre nuestros continentes. El virus dejó un saldo de 730 infectados con un índice de mortalidad del 9%. Asia vivió un hermetismo prolongado. Entre el 2002 y el 2003 la balanza comercial entre China y Ecuador fue de -$430 millones, $130 millones más que el año pasado. Las industrias asiáticas vieron un auge en el mercado internacional y eventualmente la exteriorización de Asia hacia el mundo aumentó.
El actual virus de moda, AH1N1, viene afectando a miles de personas en el continente americano. Con el foco de infección en México, el virus ya lleva un saldo de de 1700 infectados, y un índice de mortalidad del 3%. Con los primeros anuncios de una epidemia, los aeropuertos del mundo se cerraron para los vuelos provenientes de México. Decisión tardía para los turistas que regresaron a sus países de origen y se encargaron de esparcir el virus por el resto del mundo. En México las ciudades se paralizaron. Las empresas cerraron, dejando millonarias pérdida, las escuelas regresaron a sus estudiantes, algunos asustados otros felices, a las casas y la Liga Mexicana de Fútbol se paralizó para desgracia de muchos aficionados.
La OMS (Organización Mundial de la Salud) fue subiendo las alertas y con ellas también el pánico. Esto nos ayudó, por un tiempo, a cambiar el panorama mundial noticioso y enfocarlo en el, ahora famoso y alguna vez desconocido, AH1N1. Nos olvidamos de la crisis mundial, de los conflictos en Medio Oriente, hasta nos olvidamos de las elecciones. México pidió millones de dólares para poder contener al virus. El Ministerio de Salud Pública mexicano construyó un proceso de contención del virus y el programa se los distribuyó por el resto de América Latina.
El Ecuador, al igual que muchos países, regularon la entrada de mexicanos, no así productos mexicanos, y las precauciones del caso fueron tomadas. Las empresas farmacéuticas se apresuraron a salvar el mundo mediante la eficiente distribución de la vacuna y diferentes medicamentos que servían para curarnos y evitar nuestras muertes eminentes. Las medicinas, gracias a la ley de la oferta y la demanda, subieron sus precios. La OMC (Organización Mundial de Comercio) reguló la creación de genéricos pese a las diferentes leyes que existen sobre la creación de estos medicamentos sin patentes ante un crisis mundial de salud, como la que aseguran que vivimos. En Ecuador, miles de personas que sospechaban tener el virus, corrieron a su médico familiar y exigieron ser vacunados y curados de lo que, terminaría siendo, una gripe normal.
La crisis de salubridad ha dejado consecuencia palpables. La histeria y el pandemónium social por necesidad de soluciones efectivas que parece proliferarse extensamente y sin control aparente. Es, sin duda, un virus discriminatorio, al igual que todas las enfermedades. Los que tiene las posibilidades de ser tratados los a traviesan como una enfermedad casual. Estos suelen ser los afortunados pobladores de los países ricos. Los países tercermundistas tienen un problema más complejo por la falta de insumos, personal y educación. Estos países, centro predilecto para la proliferación de los virus y los males en general, cuando haya pasado este momento de dificultad y regresemos al orden general, pedirán, con justa razón, cierto tipo de resarcimiento. Y el gobierno mexicano dará una sincera y autentica disculpa, se hablará sobre la necesidad de proyectos de desarrollo en países vulnerables y se congregaran médicos e instituciones mundiales en foros donde se discutan maneras efectivas de prevenir una futura pandemia. Y al igual que China después del SARS, volverá la tranquilidad en los Estados americanos y en el Mundo, con países un poco más endeudados y con farmacéuticas un poco más ricas.
Pero la otra crisis, la crisis social, quedará, para variar, en el olvido. No se hablará sobre otras pandemias, pandemias que vienen arrasando con el mundo por ya demasiadas décadas. Pandemias como la desnutrición que, aunque no es contagiosa, se esparce como una enfermedad; pandemias como el VIH, la pobreza, la discriminación, el analfabetismo, la explotación infantil, la manipulación mediática, la mediocridad política y la indiferencia mundial. De convertirse el AH1N1 en pandemia, los países dominantes en el plano de las relaciones internacionales tendrán una escusa más para proponer políticas de contención que terminan siempre por afectar a los más débiles, por no decir cojudos. Pero nosotros ya estamos “vacunados” contra eso y tristemente acostumbrados. El plano mundial quedará, en términos generales, igual. Ocurrirá los mismo que sucedió después de controlado el SARS: nada. Con la diferencia que Asia es la región con mayor crecimiento económico anual mientras que Latino América solo está detrás de África, y, en este caso, uno es ninguno. Poner restricciones a leviatanes como China es un poco más complicado que restringir a, manteniendo la metáfora, plánctones como ciertos países latinoamericanos. Y sin duda todos caeremos en el mismo saco, porque para las relaciones internacionales no hay una marcada distinción entre México y el resto de los países de América Latina.
Las consecuencias de la pandemia no serán las mismas que aquellas pandemias de antaño (antonina, bubónica, Justiniana, etc.) que arrasaban con países enteros. Las consecuencias de una pandemia moderna serán las mismas consecuencia que hemos vivido con el surgimiento de diferentes crisis: escusas para ser restringidos, para mantener esa hegemonía mundial que hemos vivido los últimos 60 años. Consecuencia nuevas, ninguna. Lo cual nos remite siempre e indudablemente a los mismo: dentro de este mundo monárquico, a los más con menos injerencia real “ahora solo nos queda Barcelona, ahora solo nos queda Barcelona”.
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